jueves, 13 de noviembre de 2014

Mordiscos literarios / 5


La Petite Jeanne pâle.
Ilustración de Édouard Chimot que sirvió de portada
para la edición de la novela de Roth en Anagrama.


«Se despertó muy temprano. Caroline todavía estaba durmiendo. Por la ventana abierta se oían los trinos de un pájaro solitario. Andreas permaneció un rato en la cama con los ojos abiertos, pero no más de unos pocos minutos. Aprovechó esos breves instantes para reflexionar. Tenía la impresión de que hacía mucho tiempo que no le habían acontecido tantas cosas extrañas como en aquella única semana. De pronto volvió la cara y contempló a Caroline a su diestra. Lo que no había visto la víspera, lo comprobó entonces: había envejecido; pálida, hinchada, y respirando con dificultad, estaba durmiendo el sueño de las mujeres que envejecen. Entonces se percató del paso del tiempo, que hasta aquel momento no había percibido, y se dio cuenta de la transformación que había ejercido también en él. Así que decidió levantarse al punto, sin despertar a Caroline, y desaparecer con la misma casualidad o, mejor dicho, de la misma forma azarosa como ambos, Caroline y él, se habían encontrado el día anterior. Se vistió a escondidas y se esfumó, caminando hacia un nuevo día, uno de sus acostumbrados nuevos días.
Es decir, hacia uno de sus días desacostumbrados. Porque cuando introdujo la mano en el bolsillo superior izquierdo, allí donde solía guardar el dinero recién obtenido o encontrado, se dio cuenta de que ya sólo le quedaba un billete de cincuenta francos y algunas monedas. Y él, que desde hacía años ya no sabía lo que era el dinero y que ya no solía conceder importancia a su valor, se asustó de repente como suele asustarse quien está acostumbrado a llevar siempre dinero en el bolsillo y que de golpe se ve en el apuro de comprobar que sólo tiene muy poco o ninguno. En medio de aquellas calles matinales, grises y vacías, a él, que desde incontables meses no había dispuesto de dinero, le parecía haberse arruinado de la noche a la mañana al no notar en el bolsillo los mismos billetes de banco que en los últimos días. Y le pareció que la época en que iba por el mundo sin dinero quedaba ya muy, muy atrás en el tiempo; que el importe adecuado para mantener el nivel de vida que a él le correspondía, lo había despilfarrado irreflexiva y tontamente con Caroline.
Estaba encolerizado con Caroline. Y él, que jamás había concedido importancia a la posesión de dinero, comenzó de pronto a estimar su valor. Tuvo la súbita idea de que la posesión de un billete de tan sólo cincuenta francos resultaba ridícula para un hombre de su importancia. Llegó a la conclusión de que, para poder tener consciencia de esta su importancia, le resultaba imprescindible reflexionar tranquilamente sobre sí mismo ante una copa de absenta.
Así, pues, entre las tabernas más cercanas, eligió una que le parecía más acogedora, tomó asiento y pidió un pernod. Mientras iba bebiendo, le vino a la mente que de hecho se encontraba en París sin el correspondiente permiso de residencia. Revisó sus papeles y llegó a la conclusión de que en realidad podía considerarse expulsado, pues había llegado a Francia en calidad de minero, procedente de Olschowice, en la Silesia polaca».

La leyenda del Santo Bebedor. Joseph Roth (1939)
 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Cuentos de Odesa




Son miles y miles los rusos que sufrieron el terror de la represión estalinista. Nadie estaba a salvo de sus persecuciones, ni siquiera los miembros del propio partido comunista. Una de esas víctimas fue el escritor Isaak Bábel (1894-1940), nacido en la entonces próspera y ahora convulsa ciudad portuaria de Odesa, en el Mar Negro.

Pasó su infancia y parte de la juventud en el barrio judío de Moldavanka. Estudiante aplicado y lector de autores franceses como Maupassant, según él mismo comenta en su Autobiografía, «en los recreos solía ir al pantalán del puerto, a jugar al billar en los cafés griegos, a las tabernas». Una vez acabados sus estudios se instaló en San Petersburgo, donde comenzó a escribir relatos. Fue allí donde conoció a Gorki, que publicó alguno de ellos en su revista y le recomendó mezclarse con el pueblo para mejorar su literatura.

Y así lo hizo. Durante siete años (de 1917 a 1924) se lanzó a explorar el mundo. Fue soldado del ejército rojo en el frente rumano, realizó diversos cometidos dentro del partido, trabajó como redactor y periodista en San Petersburgo y Tiflis, y en 1920 fue enviado como corresponsal de guerra para cubrir la campaña del Primer Ejército de Caballería contra los polacos y las fuerzas antisoviéticas rusas. De esta última experiencia nacería su libro más conocido: Caballería Roja.

Según expresó el propio Bábel, «no fue sino en 1923 cuando aprendí a expresar mis pensamientos con claridad y concisión. Entonces me puse a escribir otra vez». Y fruto de esa nueva fuerza narrativa en 1924 salieron a la luz cuentos como Sal, Una carta o La muerte de Dolgushov (incluidos posteriormente en Caballería Roja), que fueron publicados en la revista Lef, editada por Mayakovski.


Isaak Bábel en los años 30


De vuelta en su ciudad natal y mientras trabajaba como periodista, Bábel publicó sus Cuentos de Odesa, una colección de relatos cortos que retratan la vida cotidiana del hampa local en el barrio de su infancia antes y después de la Revolución de Octubre. Una pequeña selección de estos textos acaba de ser publicada por Ediciones Nevsky en forma de libro ilustrado. El volumen contiene cuatro relatos centrados en el personaje del «Rey» Benia Krik, que junto con su banda de malhechores es el jefe absoluto de Moldavanka y hace y deshace a su antojo. Parece que para componer su personaje el escritor ruso se basó en la figura real de Mishka Yaponchik (1891-1919), un gánster local que controlaba buena parte de Odesa a finales de los años 10.

En el cuento que abre el libro, El Rey, un anuncio hecho en medio de la boda de la hermana del todopoderoso Benia Krik provocará un fin de fiesta bastante peculiar. El ambiente del mundo criminal es también el protagonista de Qué sucedió en Odesa, donde se narra la ascensión del Rey dentro del escalafón delictivo. En El padre -el relato que más me ha gustado-, la veinteañera Baska siente la llamada fulminante del amor y decide que su singular padre ha de tomar cartas en el asunto por su propio bien. Aquí el buen oficio de Bábel despliega una galería de personajes y situaciones impagables:


«La muchacha quería una vida así, pero bien sabía que la hija del tuerto Graj no podía contar con encontrar un buen partido. Así que dejó de llamar padre a su padre.
     –¡Ladrón pelirrojo! –le gritaba por las tardes–, ande, ladrón pelirrojo, véngase a cenar…
     Y se prolongó hasta que Baska hubo cosido seis camisones y seis pares de pantalones con volantes de puntilla. Cuando hubo acabado los ribetes de las puntillas, se echó a llorar y en voz baja, en una voz que no parecía su voz, le dijo entre lágrimas al inquebrantable Graj:
     –Todas las muchachas –le dijo– tienen algo interesante en sus vidas, yo soy la única que vive como un vigilante nocturno en un almacén ajeno. O hace algo por mí, papá, o pondré fin a mi vida…».


Por último, en Liubka la Cosaca, asistimos a una jornada bastante peculiar en la vida de una de las taberneras más conocidas y pluriempleadas de Moldavanka, con un sentido de los negocios muy particular.

Todos estos relatos tienen un tono común muy cercano, una atmósfera que recuerda los mecanismos de las historias tradicionales transmitidas de forma oral por un testigo de los hechos. El mismo narrador va captando el interés del lector mediante descripciones pormenorizadas y haciendo uso de repeticiones para que no se vaya perdiendo el hilo de la acción. También se usa el recurso de entrelazar personajes en distintos relatos para irradiar una sensación de unidad; así, los actores secundarios de unos pasan a ser protagonistas en el siguiente o viceversa. Y también destacaría el matiz caricaturesco que hace el autor de buena parte de este elenco. Temas como la extorsión, el abuso, la pobreza o las injusticias flagrantes dentro de todas las escalas sociales se tratan con un humor que consigue amortiguar en parte los rigores de lo narrado, dejando alguna oportunidad a la esperanza.

No se trata en absoluto de cuentos oscuros, y para demostrarlo, la ilustradora Iratxe López de Munáin (1985) recrea un mundo lleno de colorido para esta edición. Su estilo expresivo y naíf da la continuidad precisa a las situaciones que se van narrando y nos deja siempre con una sonrisa en la cara (por cierto, genial el guiño a los personajes y el homenaje al propio Bábel en la ilustración que cierra el volumen). Con sus trazos ágiles y desenfadados, creo que ha logrado reflejar muy bien en las imágenes ese descaro que rezuman los textos.




Este colorido contrasta con el trágico final de Bábel. A pesar de que su narrativa le hizo popular como escritor en la Unión Soviética y el extranjero, la falta en su estilo de lo que el régimen llamaba «romanticismo revolucionario» le fue granjeando enemigos políticos. La sinceridad que reflejaban sus textos era demasiado cruda o poco poética para las autoridades y además él se negaba a escribir según las directivas del partido. Fue capeando estos pequeños temporales hasta que en 1934, en el primer congreso de la Unión de Escritores Soviéticos se definió con ironía como «un maestro del silencio», lo que fue interpretado por Stalin como una crítica directa, poniéndolo en su punto de mira. Una vez muerto Gorki -su mayor protector- Bábel quedó expuesto en 1936 a la ira del dictador, que le prohibió viajar al extranjero, donde residía parte de su familia. Cada vez más cercado por el régimen, en mayo de 1939 fue arrestado en su villa de Peredelkino, al sur de Moscú. Encarcelado durante meses, en enero de 1940 fue sometido a un juicio sumarísimo, siendo acusado de terrorismo y espionaje y condenado a muerte, sentencia que se cumplió al día siguiente.

Sirva, pues, este recién estrenado volumen de Cuentos de Odesa para hacer un homenaje a Isaak Bábel y a todos aquellos damnificados por las atroces purgas de la Unión Soviética. Y también felicidades para James y Marian Womack, la fuerza motriz de Nevsky, que llevan ya todo un lustro rescatando buena literatura rusa.

Cuentos de Odesa, Isaak Bábel
Traducción de Marta Sánchez-Nieves
Ilustraciones de Iratxe López de Munáin
Nevsky, 2014, 128 páginas, 16

lunes, 6 de octubre de 2014

Buenos Aires, la ciudad invencible




Suelo desconfiar bastante de las frases promocionales que aparecen en las fajas de los libros, tan propensas a la exageración y al autobombo, pero en este caso me llamó la atención: «Fernanda Trías, en las antípodas de esa literatura estéril que está de moda, aparece como una de las narradoras actuales más interesantes de la lengua hispana». Esta apreciación viene firmada por Mario Levrero, y haciendo algo de arqueología literaria me entero de que el escritor uruguayo incluyó este comentario tan categórico sobre su amiga y discípula con ocasión de la edición de la primera novela de la joven compatriota, La azotea (Trilce, 2001).

Como desde entonces Fernanda Trías (Montevideo, 1976) se ha prodigado poco (otra novela -Cuaderno para un solo ojo (Cauce, 2002)-, una plaquette de relatos -El regreso (Trópico Sur, 2012)- y varios cuentos sueltos en diversas antologías latinoamericanas y europeas de nueva narrativa), mi interés aumentó aún más. Así que me lancé a la lectura de esta tercera novela breve. Publicada en 2013 por el sello argentino Brutas Editoras con el título Bienes muebles, ahora Demipage la edita en España como La ciudad invencible.

Su protagonista, una joven de treinta años, recala en Buenos Aires huyendo de un fracaso sentimental y casi hundida, con la esperanza de comenzar una vida nueva desde cero. Esta gran ciudad -referente universal para multitud de escritores (no en vano el libro se abre con una cita de Borges)- va a ser para ella un lugar amenazador y claustrofóbico, pero también una urbe acogedora e infinita, cuyos sabores se mezclan con las relaciones humanas que va tejiendo poco a poco.

«Es fácil adentrarse en el mar, pero remontar la corriente es difícil. El cuerpo se cansa, y al rato ya hemos tragado agua y hasta perdido las ganas de salvarnos. Una vez estuve a punto de ahogarme en una playa de Uruguay. La profundidad hipnotiza, uno se cree invencible -cuánta calma hay allá lejos, a metros y metros de la orilla- pero al rato, mientras pataleaba como una condenada sobre las olas rotas, espantosamente turbias, me encontré pensando: qué estupidez morir así».

Narrada en primera persona, con un estilo limpio e impresionista, asistimos a la deriva del personaje, a sus momentos de bajón y a su voluntad de seguir adelante a pesar de todas las dificultades, que a veces comienzan en uno mismo. Pero no todo es tan diáfano, y Trías sabe dosificar la información para que queramos saber más del origen de ese desasosiego vital que intuimos a cada página, de esos silencios y de un extravío personal que no es solo fruto de una ciudad extraña.

Hay en esta novela algunas claves, como la de la Rata, el cariñoso apelativo del exnovio, que solo alcanzan a comprenderse casi al final del relato (y que por supuesto, no revelaré). Sí que diré que la capital porteña será el escenario de cuatro mudanzas, una separación y una muerte (ya que esto se desvela en la página 19), que van a ir perfilando el rumbo hacia un cambio definitivo. Y hasta ahí puedo leer…

Adivinamos las inquietudes de la narradora a través de las relaciones con sus nuevos amigos, parte bonaerenses y parte exiliados forzosos o por decisión propia (y con sus propios miedos y neuras). Y hay así espacio en el libro para hablar también de política, inseguridad, drogas, literatura, música, de la alegría de vivir, de tenores fracasados o de mujeres con una sola pierna (Marita, la vecina puertorriqueña que no tiene desperdicio y que es el personaje secundario que más me ha gustado).

«Hablábamos de Puerto Rico, también, ese país-paradoja que no tenía derecho a votar por ningún presidente. Marita era del partido independentista, es decir que pertenecía al cuatro por ciento que en 1993 había votado por separarse de Estados Unidos. Para el siguiente plebiscito, el de 1998, Marita ya estaba en Buenos Aires y ya tenía una pierna menos. Me dijo esto y se rió -tenía una capacidad envidiable para reírse de sí misma. A veces decía «toco madera», y se daba unos golpecitos con los nudillos en la pierna artificial-, porque cuando le dijeron que tenía cáncer en la cadera, un cáncer raro del hueso, lo primero que hizo fue viajar a Estados Unidos a operarse. «No necesité visa para entrar», dijo riendo. Sí, podía reírse de todo, y estoy segura de que se habría sacado la pierna de plástico y habría bailado para mí, dando saltitos en un solo pie, si yo hubiera tenido el valor pedírselo».

Comentar así mismo que se intuye mucha carga autobiográfica en estas páginas: la protagonista es uruguaya, traductora y lectora editorial, ganadora de becas y un espíritu nómada como la propia Fernanda, cuya biografía incluye estancias en Francia, Buenos Aires y Nueva York, donde reside por el momento.


Fernanda Trías (© Fernanda Montoro)


Sobra decir que el libro me ha gustado, aunque al principio me costó entrar en el universo fragmentado de los primeros capítulos y en el empleo del tiempo que hace la autora, pero como comenté más arriba todo va encajando a medida que vamos avanzando en la lectura. Lo que sí me dio rabia es mi propia ignorancia de la geografía de Buenos Aires y de muchos referentes que se citan en el texto. Pero aunque esos conocimientos permitirían mimetizarse un poco más con la protagonista, no son un obstáculo para disfrutar de esta nouvelle. Y además, por el camino he aprendido un buen puñado de palabras porteñas y uruguayas…

Por último, agradecer el empeño de la editorial Demipage por dar a conocer en España los trabajos de jóvenes autores latinoamericanos, cuando la norma general es publicar sobre seguro valores ya consolidados. Es un consuelo poder leer sus obras y contrastarlas con algún que otro pestiño de los así llamados por algunas grandes editoriales «herederos del boom» y que en ocasiones solo se quedan en «herederos del bluff».

La ciudad invencible, Fernanda Trías
Demipage, 2014, 136 páginas, 16

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Chico de barrio (italiano)





Una vez rebasada la mitad de su vida, un director de cine italiano con una estupenda filmografía a sus espaldas -aunque algo ignorado por el gran público- decide rodar una película sobre la vida cotidiana en el Milán bombardeado de la Segunda Guerra Mundial, una obra donde plasmar sus propias vivencias y nostalgias. Pero el destino, caprichoso y cruel, desbarata sus planes y le hace seguir un nuevo camino.

Bien podría ser el argumento de una novela o incluso de otra película, pero en este caso se trata de la pura realidad. Esto es ni más ni menos lo que le pasó a Ermanno Olmi (Treviglio, Bérgamo, 1931), el autor de la novela que analizo hoy, Chico de barrio, cuando se disponía a preparar el rodaje de ese flashback emocional a la época de su infancia.

Entre 1983 y 1987, una grave enfermedad del sistema nervioso mantuvo alejado a Olmi de la actividad cinematográfica, lo que le impidió llevar a cabo el proyecto. Sin embargo, decidió aprovechar su larga convalecencia para transformar la película que ya tenía organizada en su cabeza en este libro, que hace unos años editó Libros del Asteroide. Esta primera y única novela se publicó en Italia en 1986 y recibió el premio Grinzane Cavour al año siguiente.

La narración discurre en primera persona desde mayo de 1940 hasta el final de la contienda, en 1945, y tiene como escenarios principales el barrio industrial milanés de la Bovisa y la casa de la abuela en Treviglio, un oasis de paz en mitad del campo. Nuestro protagonista, que va pasando a lo largo del libro de la infancia a la adolescencia en ese reducido espacio de 40 kilómetros, nos relata de forma sencilla los vaivenes de la guerra y la evolución de las familias, los compañeros y la propia fisonomía de Italia.

«Un encargado de la empresa nos hizo subir al tren, después de habernos apuntado en una hoja. Me despedí de mi madre: me dio un abrazo más largo que las otras veces que había partido. Me dio un beso y yo, en lugar de llorar, como había temido, me asombré al notar que lo que más advertía era un leve olor a polvos de tocador en su mejilla y, cuando el tren se movió y miré a mis familiares por última vez, mientras me hacían señas de despedida y se alejaban cada vez más, me di cuenta de que aquel leve olor a polvos de tocador quedaría unido para siempre al recuerdo de la cara de mi madre».

A pesar de estar ambientado en plena contienda, quien espere encontrar en este libro una acción trepidante se llevará una gran desilusión. Aunque por supuesto se describen bombardeos, bajadas nocturnas a los refugios y algún que otro encontronazo con los alemanes, Olmi -con un ojo excepcional para iluminar lo cotidiano- prefiere hablarnos en esas situaciones de los temas que más preocupan a su alter ego. Así van desfilando los campamentos de verano, la complicidad con su hermano mayor, las sopas de tocino y ajo de la abuela, los juegos con los amigos, las confidencias o el descubrimiento paulatino del amor. Y la calle como espacio vital de ese aprendizaje.

El autor traslada con maestría al papel esa elaboración rápida de escenas y de personajes tan propia del cine, dando lugar a multitud de anécdotas casi siempre divertidas en las que todos nosotros podemos vernos reflejados si escarbamos en nuestros recuerdos. La estructura de la novela, dividida en capítulos muy breves, contribuye aún más a transmitir ese ritmo vital apasionante.


Ermanno Olmi (© Gerhard Kassner)


Olmi conoce a la perfección los escenarios que describe (su pueblo natal, su ciudad de acogida) y son numerosas las referencias personales que incorpora a la novela. Así, aparece la empresa italiana Edison-Volta, para la que trabajó desde muy joven y donde dirigió entre 1953 y 1961 una treintena de documentales, o el destino de su padre (que obviamente no desvelaré).

Esta novela autobiográfica, de aprendizaje y descubrimiento, me ha gustado bastante por su naturalidad. En sus páginas no hay juicios de buenos y malos, sino que los ojos del protagonista nos reflejan los hechos con la inocencia de un niño -aunque inteligente y perspicaz- para que cada uno saque sus conclusiones aun en las escenas más emotivas (como la del compañero Pedrini cerca del final). Un lenguaje claro y transparente que refleja de maravilla el aliento de este pequeño milanés, así como la voluntad y la fuerza imparable del ser humano por abrirse camino a pesar de las adversidades. Otra joya rescatada por Libros del Asteroide, una editorial que sigue sin decepcionarme.

Como curiosidad, comentar que Ermanno Olmi, además de realizar documentales y saber lo que es ganar la Palma de Oro en Cannes o el León de Oro en el Festival de Venecia, también hizo sus incursiones en el mundo de la publicidad. Entre 1968 y 1976 rodó varios anuncios para marcas como Nescafé y Cinzano. Os dejo con uno de estos últimos:




Nada que ver con los anuncios de vermú italiano que se rodarían en 1993 ;-)…




Chico de barrio, Ermanno Olmi
Traducción de Carlos Manzano
Libros del Asteroide, 2009, 192 páginas, 14,95

miércoles, 23 de julio de 2014

Libros sobre libros / 1



Las temáticas en narrativa son prácticamente infinitas, aunque al final es muy raro que no tengan que ver con alguna de las pasiones humanas. Hoy pretendo inaugurar una sección en el blog para dar cuenta de esas ocasiones en que la literatura se mira al ombligo y se ocupa de hablar de libros.

Puede tratarse del tema principal o de una trama tangencial, pero en algún momento de la obra aparece una biblioteca, una librería, un libro o un proceso de escritura por parte de alguno de los personajes y eso es especialmente relevante en la historia que se nos está contando. Una especie de teatro dentro del teatro, pero entre hojas de papel impreso.

A lo largo de los años he ido recopilando algunos ejemplos de este tipo de narrativa e iré desgranándolos periódicamente en estas páginas. Os invito a enriquecer la sección con vuestras propias aportaciones y con los comentarios que estiméis oportunos.

Y para empezar, una novela que habla de novelas -de las mejores obras, nada menos-, de una librería poco corriente, de las pasiones que despiertan los libros y de los riesgos de ir a contracorriente en el mundillo cultural, con trama de misterio incluida. Se trata de La Buena Novela, escrita por la francesa Laurence Cossé (Boulogne-Billancourt, 1950) y que publicó Impedimenta en 2012. A continuación, os dejo el resumen de la editorial.




La fundación de una librería parisina «única», llamada «La Buena Novela», desata pasiones, celos y hasta intentos de asesinato. Ivan «Van» Georg, antiguo vendedor de cómics, y la estilosa y seductora Francesca Aldo-Valbelli se juntan para llevar a cabo el sueño de sus vidas: montar una librería que solo venda obras maestras, seleccionadas por un comité secreto de ocho respetables escritores que se esconden bajo seudónimo. Cuando la librería abre, inmediatamente empieza a cosechar un éxito arrollador. ¿Quiénes son esos elitistas y cómo osan decirles a los lectores lo que han de leer? La blogosfera hierve, Internet crepita. Decenas de competidores nacen de la noche a la mañana, clamando por los ideales seudoigualitarios. Ivan y Francesca, estoicamente, intentan aguantar el chaparrón hasta que, de repente, tres de los miembros de su comité secreto son víctimas de accidentes que a punto están de costarles la vida.

sábado, 31 de mayo de 2014

Saer revisitado






Cuando pensamos en un escritor argentino exiliado en París, siempre nos viene a la mente la figura de Julio Cortázar. Sin embargo, hay otro escritor atípico que cumple ambas condiciones: Juan José Saer (1937-2005). A pesar de que su obra se desarrolló durante más de cuatro décadas y a través de cerca de treinta publicaciones, sigue siendo un novelista, poeta y ensayista bastante ignorado en nuestro país, aunque ganase el premio Nadal en 1987.

Para reivindicar su figura y su manera de narrar, la editorial Rayo Verde se propuso recuperar los títulos más emblemáticos, algunos solo disponibles en España en las ediciones de Destino de los años ochenta. Tras el rescate de La pesquisa (2012) y El entenado (2013), anuncian para junio la aparición en librerías de Nadie, nada, nunca, una novela escrita en 1980 y que gira en torno a un asesino de caballos y a una región con personajes tan peculiares como el Gato o el Ladeado. Un transcurrir despacioso y existencial que a mí me recuerda a Julien Gracq, donde la forma de contar es incluso más importante que la historia misma.

Os dejo con el comienzo de la novela. Nada mejor para introducirse en el universo Saer que la sugerente lectura que hace del texto la argentina María Belén Aguirre. ¡A disfrutar!


martes, 22 de abril de 2014

Doctor Krupov






Alexandr Ivánovich Herzen (Moscú, 1812 – París, 1870) fue un filósofo e ideólogo que desde muy temprana edad se manifestó contra el régimen de servidumbre imperante en su país y a favor de una revolución campesina que transformara por completo la sociedad zarista.

Como hijo ilegítimo de Ivan Yakovlev, un destacado terrateniente miembro de la nobleza, Herzen tuvo desde su infancia un acceso privilegiado a lo más profundo de ambos mundos. En su obra Mi pasado y pensamientos (1867), él mismo cuenta cómo su tío solía castigar a sus siervos más díscolos con el alistamiento obligatorio en el ejército, por lo que en su casa reinaba un ambiente de terror entre los siervos jóvenes. No es de extrañar, pues, que desde niño fuera fraguando una profunda simpatía por los campesinos y un deseo cada vez mayor de reformas sociales.

En 1834, una vez completados sus estudios de Física y Matemáticas en la Universidad de Moscú, fue arrestado y acusado de injurias al zar, siendo desterrado a la ciudad de Vyatka -a más de 800 kilómetros al noreste de la actual capital- y obligado a trabajar durante varios años como funcionario del gobierno. Tras cumplir la pena y un nuevo exilio forzoso de dos años en Novgorod (esta vez por criticar la acción de la policía), en 1847 decidió abandonar Rusia para siempre. Un año antes había fallecido su padre, que le dejó una fortuna considerable, por lo que Herzen inició un periplo europeo que le llevaría a París, Ginebra y Londres, donde fundó el periódico revolucionario Kólokol (La campana), a través del cual luchaba contra el zarismo y que era distribuido en Rusia de contrabando por los reformistas. Herzen creía firmemente que los campesinos rusos unidos podrían derrocar a la nobleza y crear una sociedad rusa socialista donde se redistribuyeran las tierras.

Y ese espíritu igualitario impregna tanto sus textos políticos como su breve obra literaria. En España, aparte de alguna de sus obras políticas, solo se había publicado hasta la fecha la autobiográfica Crónica de un drama familiar (Alba, 2006), donde se narra el desmoronamiento de su mundo privado tras el fracaso de las revoluciones europeas de 1848. En apenas cuatro años, Herzen padeció la infidelidad de su esposa Natalia, la muerte de su madre y uno de sus hijos en un naufragio y la de la propia Natalia a causa de la tuberculosis.




Ahora, la joven editorial madrileña Ardicia edita un volumen que recoge sus dos novelas cortas: Doctor Krupov (1847), la que da nombre al libro, y La urraca ladrona (1848). En la primera, Senka Krupov, doctor en Medicina y Cirugía, nos presenta una suerte de informe autobiográfico en el que explica cómo ha llegado a la conclusión de que la locura no es una manifestación aislada presente solo en determinados individuos, sino que representa una constante omnipresente en toda la Historia de la humanidad.

La narración parte de la amistad infantil entre el protagonista y Levka, el bizco, un muchacho maltratado por su padre, que solo ve en él a un retrasado, a un «tonto de nacimiento», blanco de las burlas de todo el pueblo, y que solo es feliz en el bosque, jugando con Senka o junto a su perro Sharik. En esta vida asilvestrada (un guiño del autor al concepto del buen salvaje de Rousseau), el joven Krupov se empieza a dar cuenta de que quizá los locos sean (o seamos) los demás, y nos va relatando paso a paso las razones que sustentan su teoría a lo largo del resto de la novela.


Un retrato de Herzen en el que se intuyen la pasión y el espíritu combativo


Con una enorme ironía, Herzen va sacando a la luz por boca de Krupov los temas que le obsesionan: la injusticia del régimen ruso de servidumbre («¿Y, dónde está la utilidad de la existencia de las cincuenta generaciones que vivieron únicamente para que en este trocito de tierra sus hijos no murieran de hambre hoy y para que nadie supiera por y para qué vivían? ¿El placer de la vida? Ellos nunca lo saborearon, o al menos mucho menos que Levka»), las desigualdades sociales y el nulo interés por el pueblo llano de los terratenientes («Nos denegaron el acceso diciendo que los señores estaban tomando el té. […] ¿Y en qué estaba tan atareado este joven señor? Anda todo el tiempo con la escopeta, o simplemente, sin razón alguna, deambulando por los campos, sobre todo por donde trabajan las campesinas jóvenes»), la inutilidad de algunos dirigentes («El jefe médico de la institución […] estaba más deteriorado que la mitad de sus pacientes (se ponía una condecoración en el cuello y otra en el ojal cuando pasaba por las habitaciones de los dementes, y hacía entender a los enfermeros que le gustaba que le dijeran «Su Excelencia», cuando su grado era consejero civil»), o los errores que se van repitiendo históricamente («La Historia es una calentura derivada del buen hacer de la naturaleza, por medio de la cual la humanidad trata de librarse de la superflua bestialidad. […] En nuestro civilizado siglo resulta vergonzoso demostrar una sencilla idea: que la Historia es la autobiografía de un loco»). Pero aunque el pensamiento crítico de Herzen se filtre continuamente por el texto, también hay momentos gloriosos para la sátira porque sí:


«Con el futuro desarrollo de la química orgánica, con la benefactora ayuda de la naturaleza, se podrá elaborar y restablecer la sustancia cerebral. […] Así, por ejemplo, la aplicación conveniente del tratamiento con champán predispone al individuo a la amistad, al valor, al sentimiento de alegría y a los abrazos desbocados. […] En mi opinión, ahí reside una clave para la Psicoterapia».


En cuanto a la segunda nouvelle, La urraca ladrona, el planteamiento es totalmente distinto y el resultado final es, por decirlo de algún modo, más literario. Partiendo de un debate apasionado entre diversos personajes en torno a la mujer en el teatro ruso y su papel en la sociedad de la época, conoceremos por boca de uno de los presentes la vida de Aneta, una fascinante actriz de provincias atrapada en el teatro del príncipe Skalinski. Como no podía ser de otro modo, Herzen utiliza el texto para denunciar de nuevo el sistema de servidumbre y para mostrar la lucha que se daba en Rusia en aquel tiempo entre eslavistas, defensores de la tradición y los valores seculares, y occidentalistas, más abiertos a las tendencias y usos que venían del oeste de Europa.


«El asunto está muy claro. Aquí el hombre no es simplemente hombre, sino militar o civil. Con veinte años no se pertenece a sí mismo, está ocupado: el militar, con los estudios; el civil, con las actas y los extractos. Y las mujeres, mientras tanto, si no se entregan exclusivamente a la salazón y la confitura, leen novelas francesas.
–Las felicito. Debe de ser una gran educación –deslizó el eslavo– la que se puede extraer de Balzac, Sue y Dumas, ese viejo charlatán, moralista hasta la extenuación».


Hay que destacar sobre todo las primeras páginas de la obra, en las que Herzen –de manera muy elegante– va repartiendo estopa tanto a una parte de sus compatriotas, anclados en ideas del pasado, como a ciertos europeos antirrusos, con juicios preconcebidos acerca de los eslavos. Sin embargo, conforme avanza la narración de las desgracias de Aneta, el relato, aunque bien narrado, se va transformando en una especie de folletín decimonónico un tanto empalagoso para mi gusto. Aun así, merece la pena adentrarse en estas dos novelas para disfrutar con la ironía y el ingenio de Alexandr Herzen, que al menos llegó a ver nueve años antes de morir cómo el zar Alejandro II promulgaba por fin la ley de emancipación de los siervos en Rusia.

Doctor Krupov, Alexandr Herzen
Traducción de Sara Gutiérrez
Ardicia, 2014, 112 páginas, 14,90

jueves, 13 de febrero de 2014

La mujer que disparó a Mussolini



 


Es curiosa la cantidad de personas que permanecen hoy día anónimas para el común de los mortales y que, sin embargo, en el pasado estuvieron a punto de cambiar el curso de la Historia. Un claro ejemplo es la irlandesa Violet Gibson, que casi acaba con la vida del Duce en 1926. Pistola en mano, solo pudo efectuar un disparo a quemarropa -que rozó la nariz de Mussolini- ya que el arma se le encasquilló. Paradójicamente, el hecho de salir ileso provocó en Italia una oleada de apoyo popular al dictador.

Capitán Swing acaba de recuperar este suceso de la mano de la periodista e historiadora británica Frances Stonor Saunders. A continuación, la nota de prensa de la editorial:

A las once de la mañana del 7 de abril de 1926, una mujer salió de la multitud en la Plaza del Campidoglio de Roma. A menos de un paso delante de ella, se detenía Benito Mussolini. Al levantar el brazo para hacer el saludo fascista, la mujer levantó la suya y le disparó a quemarropa. Mussolini escapó ileso por muy poco, la bala apenas le había rozado. Animado por todo el mundo, pudo continuar la marcha fascista. Esta es la asombrosa historia jamás contada de Violet Gibson, la mujer que trató de detener el ascenso del fascismo y cambiar el curso de la historia. Violet fue arrestada, etiquetada como “solterona irlandesa con problemas mentales”, y enviada a un asilo mental inglés donde murió en 1956.

Esta elegante obra de reconstrucción biográfica, a través de una narrativa llena de suspense, conspiración y diplomacia, recupera la notable figura de Gibson de los registros históricos perdidos. Desde su aristocrática juventud en la élite de Dublín, entre bailes de debutantes y presentaciones en la corte, hasta su compromiso con las ideas fundamentales de la época, como el pacifismo, el misticismo o el socialismo. Pero sobre todo, analiza su menospreciado papel en el desarrollo del fascismo y el culto a Mussolini, en una peligrosa y novedosa época en la que todo parecía posible.


Las secuelas del atentado


Frances Stonor Saunders (1966), periodista e historiadora inglesa, es colaboradora habitual en medios como The Guardian, New Statesman o Areté, siendo especialmente conocida por su trabajo en documentales para la BBC. Comenzó su andadura como realizadora de documentales para la televisión inglesa. Su primer libro de ensayo, La CIA y la guerra fría cultural, fue desarrollado a partir de su anterior trabajo documental Hidden Hands: una Historia Diferente del Modernismo (Channel 4, 1995), y ha sido traducido a más de diez idiomas, resultando ganador del premio Royal Historical Society’s Gladstone Memorial.

Muchas de sus obras reflejan su formación académica como medievalista. Su segundo libro, El Broker del diablo, narra la vida y carrera de John Hawkwood, un condottiero del siglo XIV de origen inglés que hizo una notable carrera en la política de poder del Papado. En 2005, tras algunos años como editora de arte y editora asociada de New Statesman, renunció a su cargo en protesta por el despido de Peter Wilby, el entonces editor. En 2004 y 2005, presentó en Radio 3 Reuniones de Mentes, dos series de tres partes cada una, sobre las reuniones de intelectuales en diversos puntos importantes de la historia. También es colaboradora habitual de Nightwaves y otros varios programas radiofónicos.

La mujer que disparó a Mussolini, Frances Stonor Saunders
Traducción de José Manuel Méndez
Capitán Swing, 2014, 440 páginas, 21

jueves, 30 de enero de 2014

Carambolas editoriales



Que una novela extranjera aparezca editada en español con traducciones diferentes no tiene nada de particular, sobre todo si está escrita por un autor de prestigio y la fecha de publicación del original se remonta a varias décadas atrás. Ahora bien, si esa novela aparece editada en el mismo país por dos sellos independientes diferentes casi en el mismo mes, eso ya es una carambola excepcional.

Y como para muestra, un botón, eso es justamente lo que acaba de suceder en España con la primera novela del norteamericano John Dos Passos: One man´s initiation: 1917, publicada en 1920. Se trata de un relato autobiográfico sobre sus vivencias como conductor de ambulancias en el frente franco-alemán durante la Primera Guerra Mundial. Como este 2014 se cumple el centenario de la Gran Guerra, las editoriales Gallo Nero y Errata Naturae pensaron poner su granito de arena en la nutrida representación de libros sobre el acontecimiento –que ya inundan las librerías–. ¡El problema es que, por desgracia,  las dos pensaron en el mismo título!

Mientras que la primera ha optado por reeditar la traducción que apareció publicada en 1971 por Salvat, la segunda le ha dado un lavado de cara con una nueva versión. Para ser lo más ecuánime posible y que podáis comparar de forma objetiva, os dejo a continuación las notas de prensa de cada editorial junto a un fragmento del Capítulo I de cada versión. ¡A disfrutarlo, que esto no se ve todos los días!


Iniciación de un hombre: 1917, John Dos Passos
Traducción de Camila Batlles
Fecha de publicación: 29 de enero de 2014
Gallo Nero, 2014, 152 páginas, 16

Iniciación de un hombre: 1917 es el exordio literario de John Dos Passos. Publicado en 1920, cayó en el olvido hasta la consagración del escritor estadounidense, casi veinte años más tarde.
Dos Passos escribe este relato autobiográfico sobre la masacre y la destrucción de la guerra de trincheras, experiencia vivida como conductor de ambulancias en el frente franco-alemán hacia donde se alistó como voluntario en 1917.
Iniciación de un hombre: 1917 es un impresionante mosaico de crudas instantáneas de guerra. Un libro que funde la narración biográfica y de formación con la crónica de los convulsos años de la Gran Guerra.
En la obra resuena vívido y dramático el relato del desencanto y de la desilusión de aquella generación entregada a la barbarie de la guerra. Personas que solo encontraron la salvación en la fe en el hombre y la compasión.




«En el enorme cobertizo del muelle, atestado de cestos y maletas e interceptado por pasamanos que conducen hasta los buques que hay a ambos costados, una banda de música está interpretando una chillona melodía hawaiana; las gentes danzan por entre las pilas de cajas y baúles. Hay gran abundancia de uniformes color caqui y numerosos jóvenes están agrupados riendo y charlando en voces exaltadas por la emoción. A la luz pardusca del muelle, repleto de hileras de cajas amarillas, barriles y sacos, invadido por el barullo de las grúas, entre las que serpentea la alegre y trivial tonada hawaiana, se ve gran profusión de vestidos alegres, sombreros femeninos de brillante colorido y pañuelos blancos.
El eco retumbante del silbido del buque ahoga todos los demás sonidos.
Cuando este se apaga, el alboroto de las despedidas se eleva agudamente. Los pañuelos blancos se agitan a la luz pardusca del cobertizo. Los cabos rechinan en las poleas mientras se izan los pasamanos.
De nuevo en el embarcadero se produce un revuelo de pañuelos blancos, vítores y trajes alegres. Sobre la construcción del muelle se despliega una bandera triunfante contra el firmamento celeste de la tarde.
Los edificios de Nueva York, amarillo rosáceos y púrpura amarillentos, se elevan en una pirámide sobre manchas oscuras de humo flotando encima del agua, que se une a tierra por medio de las negruzcas curvas de los puentes.
De vez en cuando llega una ráfaga salada del mar en la fresca brisa del puerto.
Martin Howe está de pie en la popa que se mece con el vibrante impulso de la hélice.
Un chico que se encuentra junto a él se vuelve y le pregunta con voz temblorosa:
—¿Es tu primera travesía?
—Sí... ¿También la tuya?
—Sí... jamás me vino la idea de que a los diecinueve años estaría atravesando el Atlántico para ir a una guerra en Francia.
El muchacho se detuvo bruscamente y se sonrojó; luego, tragando saliva, añadió:
—Debe de ser la hora del almuerzo.

¡Dios ampare al káiser Bill!
El vie-e-ejo Tío Sam
tiene la caballería,
tiene la infantería,
tiene la artillería;
¡Y así, voto a Dios, iremos todos a Alemania!
¡Dios ampare al káiser Bill!»
 

La iniciación de un hombre: 1917, John Dos Passos
Traducción de Elena Sánchez Zwickel
Fecha de publicación: 10 de febrero de 2014
Errata Naturae, 2014, 168 páginas, 12,50

Cien años después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, recuperamos para los lectores en español la primera novela de John Dos Passos, basada en su experiencia como conductor de ambulancias en el frente francés.
Martin Howe, un joven estadounidense, se ofrece voluntario en el servicio médico durante la Primera Guerra Mundial. Zarpa el barco en el que viaja a Francia y el ambiente a su alrededor es festivo: hay música y risas, se habla entre carcajadas de las mujeres francesas y de la vieja Europa… Pero muy pronto, tras esas notas de expectación y alegría, Martin vivirá su aprendizaje del miedo y los desastres de la guerra.
En esta imprescindible novela, en medio de heridos y muertos, hay espacio también para la camaradería, para el deseo de cambio y transformación de la sociedad, para el encuentro solidario, más allá del mundo de las trincheras inhóspitas, entre soldados y civiles. Dos Passos consigue reproducir un mundo hecho de cascotes y cristales rotos, fragmentario y apocalíptico, a través de secuencias y de viñetas, de escenas y pulsiones que se superponen siguiendo una técnica de montaje que más tarde lo haría famoso con Manhattan Transfer, y que logra dar cuenta de un modo ejemplar de la brutal realidad de una guerra.
Muy pronto se dará cuenta el lector de que el interés de esta novela es tan literario como histórico: ficción y documento se prestan sus mejores herramientas para narrar la verdad general y las verdades particulares. El autor, con un tono que pasa del lirismo a la polémica continuamente, lleva a cabo una condena de la guerra que se encuentra entre las más intensas jamás escritas, alineándose con otras obras maestras como El filo de la navaja, de Somerset Maugham, o Adiós a las armas, de Ernest Hemingway.




«En el enorme cobertizo del muelle, atestado de cestos y maletas, dividido por pasarelas de madera que conducen hasta los buques que hay a ambos lados, una banda de música interpreta una chillona melodía hawaiana; la gente baila entre las pilas de cajas y baúles. Diseminados entre el gentío se ven uniformes color caqui, y numerosos jóvenes ríen y charlan en grupo con voces exaltadas por la emoción. A la luz pardusca del muelle, repleto de hileras de cajas amarillas, barriles y sacos, invadido por el barullo de las grúas, entre las que serpentea la sencilla melodía hawaiana, hay una gran profusión de vestidos alegres, sombreros femeninos de brillante colorido y pañuelos blancos.
La estruendosa reverberación de la sirena del buque ahoga cualquier otro sonido.
Cuando se acaba, el alboroto de las despedidas se eleva, chillón. Los pañuelos blancos se agitan a la luz pardusca del cobertizo. Las amarras rechinan en las poleas cuando se izan las pasarelas.
En el embarcadero, nuevo revoloteo de pañuelos blancos, vítores y trajes alegres. En el edificio del muelle se despliega exultante una bandera contra el azul del cielo de la tarde.
Amarillo-rosáceos y púrpura-amarillentos, los edificios de Nueva York se aglutinan formando una pirámide que se eleva por encima de oscuras manchas de humo que flotan en el agua, unida a tierra por medio de las negruzcas curvas de los puentes.
Con la fresca brisa del puerto de vez en cuando llega una ráfaga salada del mar.
Martin Howe está de pie en la popa, que tiembla con el vibrante impulso de la hélice. Un chico que se encuentra junto a él se gira y le pregunta con voz trémula:
—¿Es tu primera travesía a Europa?
—Sí… ¿También la tuya?
—Sí… Jamás se me ocurrió pensar que a los diecinueve años estaría cruzando el Atlántico para ir a una guerra en Francia. —El muchacho se detiene bruscamente y se sonroja; luego, tragando saliva, añade—: Debe de ser la hora del almuerzo.

¡Dios ampare al káiser Bill!
El vie-e-ejo Tío Sam
tiene la caballería,
tiene la infantería,
tiene la artillería;
¡Y así, voto a Dios, iremos todos a Alemania!
¡Dios ampare al káiser Bill!»