jueves, 17 de mayo de 2012

La península: el simbolismo bretón




La península apareció publicada por primera vez en 1970 como parte del volumen homónimo de Éditions José Corti, que recogía junto a esta novela corta otros dos textos: La route (un relato de apenas 20 páginas, que en realidad era un fragmento de una novela que Gracq nunca llegó a acabar) y El rey Cophetua (una historia ambientada en la Primera Guerra mundial, que también ha editado recientemente Nocturna en su colección Noches Blancas).

El argumento de La península es extremadamente sencillo. Simon espera en la estación de Brévenay la llegada de su amante en el tren del mediodía, aunque ella ya le ha advertido por carta de que es poco probable que pueda tomarlo. En efecto, el tren de las 12.53 se detiene puntual, pero la joven Irmgard no está entre los pasajeros. El siguiente tren hará su entrada siete horas más tarde, así que Simon decide aprovechar ese tiempo recorriendo en coche la costa bretona.

Su periplo por la península de Guérande será en realidad el protagonista absoluto del relato. Compartiremos con Simon los recuerdos de infancia, tan ligada a este paisaje bañado por el Loira y el Atlántico, y sus recorridos morosos a pie y en coche por cada uno de los pueblos que separan Brévenay de Kergrit, la villa costera donde Simon decide finalmente tomar una habitación a la que llevar a Irmgard por la noche.


Le Marais de Brière (Le Marais Gât en la novela) 


Estos escasos cincuenta kilómetros nos servirán para conocer en profundidad los bosques sombríos, el mar, las playas donde se refugian los últimos bañistas de la temporada estival, el aislamiento de los pescadores: una pura alegoría de los deseos y los temores de Simon, que se irán agolpando conforme avance la narración. Se trata de un texto sobre la espera, de cómo un reencuentro largamente anhelado puede transformarse en un instante temido, con referencias explícitas a la leyenda celta de Tristán e Isolda. Lo importante no es la acción, sino la manera de contar. Así, el autor francés -para dotar de mayor irrealidad al conjunto- se permite cambiar los nombres reales de cada población por equivalentes ficticios.

“Ni siquiera dejaba que cobrasen cuerpo en su mente imágenes de lo que estaba por pasar, únicamente las sentía hormiguear dentro de él a todas ellas; pegajosas, encoladas, protegidas aún como por un tegumento voluptuoso, husmeando el aire que va a desfruncirlas una a una, él era como una planta que va a florecer: al borde de la delicuescencia. Pensó por un instante que era profundamente feliz, es decir, que sentía que iba a dejar de serlo.”

Hay que destacar que a pesar de la brevedad de la novela, lo ideal es degustarla a pequeños sorbos. Julien Gracq (1910-2007) tenía un estilo narrativo especial, que incluía el uso de frases infinitas y una gran riqueza en el vocabulario. Para comprobarlo, basta con echar un vistazo al inicio de la obra, donde Gracq describe la estación y sus alrededores a lo largo de dieciocho líneas, empleando para ello ¡sólo dos frases!, un ejercicio de virtuosismo en el arte de hilvanar palabras al alcance de bien pocos escritores de hoy en día.

Sin embargo, esta elegante manera de escribir no resulta engolada ni pretenciosa, ya que en el texto no hay adjetivos superfluos; todas las palabras importan y tienen su peso a la hora de acompañar a Simon tanto en la mera descripción del paisaje y sus gentes como en su creciente temor a que la realidad a cada paso no sea tan plena como las situaciones imaginadas. También es de justicia resaltar la destreza del traductor para encontrar la palabra justa en cada momento. Para ahondar en la opinión que el francés tenía acerca de la literatura y todo lo que la rodea (premios, críticos y cierto tipo de autores), recomiendo leer su vitriólico ensayo La literatura como bluff –editado aquí en 2009 por Nortesur- en el que refleja su idea del buen gusto literario.


Un joven Gracq asediado por los periodistas tras rechazar el Goncourt (1951)


En definitiva, estamos ante un relato muy interesante, a la vez onírico y palpable, con un final abierto que explota la ambigüedad entre miedo y deseo de la que hace gala Simon a lo largo de buena parte de la novela y que nos hace reflexionar aún más allá tras cerrar el libro.

“La noche se anunciaba tan pareja, tan recogida, tan plácida que se hubiera dicho que excluía con toda su plenitud el tremendo redoble, tan cercano ya, que iba a interrumpir aquella calma: la llegada de Irmgard.”

La península, Julien Gracq
Traducción de Julià de Jodàr
Nocturna, 2011, 125 páginas, 14

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