Una
vez rebasada la mitad de su vida, un director de cine italiano con una
estupenda filmografía a sus espaldas -aunque algo ignorado por el gran público-
decide rodar una película sobre la vida cotidiana en el Milán bombardeado de la Segunda Guerra Mundial, una
obra donde plasmar sus propias vivencias y nostalgias. Pero el destino,
caprichoso y cruel, desbarata sus planes y le hace seguir un nuevo camino.
Bien
podría ser el argumento de una novela o incluso de otra película, pero en este
caso se trata de la pura realidad. Esto es ni más ni menos lo que le pasó a Ermanno Olmi (Treviglio, Bérgamo, 1931),
el autor de la novela que analizo hoy, Chico de barrio, cuando se disponía
a preparar el rodaje de ese flashback
emocional a la época de su infancia.
Entre
1983 y 1987, una grave enfermedad del sistema nervioso mantuvo alejado a Olmi
de la actividad cinematográfica, lo que le impidió llevar a cabo el proyecto.
Sin embargo, decidió aprovechar su larga
convalecencia para transformar la película que ya tenía organizada en su cabeza
en este libro, que hace unos años editó Libros
del Asteroide. Esta primera y única novela se publicó en Italia en 1986 y
recibió el premio Grinzane Cavour al año siguiente.
La
narración discurre en primera persona desde mayo de 1940 hasta el final de la
contienda, en 1945, y tiene como escenarios principales el barrio industrial milanés
de la Bovisa y
la casa de la abuela en Treviglio, un oasis de paz en mitad del campo. Nuestro
protagonista, que va pasando a lo largo del libro de la infancia a la
adolescencia en ese reducido espacio de 40 kilómetros, nos relata de forma sencilla los vaivenes
de la guerra y la evolución de las familias, los compañeros y la propia
fisonomía de Italia.
«Un encargado de la empresa nos hizo subir al tren, después de habernos apuntado en una hoja. Me despedí de mi madre: me dio un abrazo más largo que las otras veces que había partido. Me dio un beso y yo, en lugar de llorar, como había temido, me asombré al notar que lo que más advertía era un leve olor a polvos de tocador en su mejilla y, cuando el tren se movió y miré a mis familiares por última vez, mientras me hacían señas de despedida y se alejaban cada vez más, me di cuenta de que aquel leve olor a polvos de tocador quedaría unido para siempre al recuerdo de la cara de mi madre».
A
pesar de estar ambientado en plena contienda, quien espere encontrar en este
libro una acción trepidante se llevará una gran desilusión. Aunque por supuesto
se describen bombardeos, bajadas nocturnas a los refugios y algún que otro
encontronazo con los alemanes, Olmi -con
un ojo excepcional para iluminar lo cotidiano- prefiere hablarnos en esas
situaciones de los temas que más preocupan a su alter ego. Así van desfilando los campamentos de verano, la
complicidad con su hermano mayor, las sopas de tocino y ajo de la abuela, los
juegos con los amigos, las confidencias o el descubrimiento paulatino del amor.
Y la calle como espacio vital de ese
aprendizaje.
El
autor traslada con maestría al papel esa elaboración rápida de escenas y de
personajes tan propia del cine, dando lugar a multitud de anécdotas casi
siempre divertidas en las que todos nosotros podemos vernos reflejados si
escarbamos en nuestros recuerdos. La estructura de la novela, dividida en capítulos muy breves, contribuye aún
más a transmitir ese ritmo vital apasionante.
Ermanno Olmi (© Gerhard Kassner)
Olmi
conoce a la perfección los escenarios que describe (su pueblo natal, su ciudad
de acogida) y son numerosas las
referencias personales que incorpora a la novela. Así, aparece la empresa
italiana Edison-Volta, para la que trabajó desde muy joven y donde dirigió
entre 1953 y 1961 una treintena de documentales, o el destino de su padre (que
obviamente no desvelaré).
Esta
novela autobiográfica, de aprendizaje y descubrimiento, me ha gustado bastante por
su naturalidad. En sus páginas no
hay juicios de buenos y malos, sino que los ojos del protagonista nos reflejan
los hechos con la inocencia de un niño -aunque inteligente y perspicaz- para
que cada uno saque sus conclusiones aun en las escenas más emotivas (como la
del compañero Pedrini cerca del final). Un
lenguaje claro y transparente que refleja de maravilla el aliento de este
pequeño milanés, así como la voluntad y la fuerza imparable del ser humano por
abrirse camino a pesar de las adversidades. Otra joya rescatada por Libros del Asteroide, una editorial que
sigue sin decepcionarme.
Como
curiosidad, comentar que Ermanno Olmi, además de realizar documentales y saber
lo que es ganar la Palma
de Oro en Cannes o el León de Oro en el Festival de Venecia, también hizo sus incursiones en el mundo de
la publicidad. Entre 1968 y 1976 rodó varios anuncios para marcas como
Nescafé y Cinzano. Os dejo con uno de estos últimos:
Nada
que ver con los anuncios de vermú italiano que se rodarían en 1993 ;-)…
Chico de barrio, Ermanno Olmi
Traducción de Carlos Manzano
Libros del Asteroide, 2009, 192 páginas, 14,95 €
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