Son
miles y miles los rusos que sufrieron el terror de la represión estalinista. Nadie estaba a salvo de sus persecuciones,
ni siquiera los miembros del propio partido comunista. Una de esas víctimas fue
el escritor Isaak Bábel (1894-1940),
nacido en la entonces próspera y ahora convulsa ciudad portuaria de Odesa, en
el Mar Negro.
Pasó
su infancia y parte de la juventud en el barrio
judío de Moldavanka. Estudiante aplicado y lector de autores franceses como
Maupassant, según él mismo comenta en su Autobiografía,
«en los recreos solía ir al pantalán del
puerto, a jugar al billar en los cafés griegos, a las tabernas». Una vez
acabados sus estudios se instaló en San Petersburgo, donde comenzó a escribir
relatos. Fue allí donde conoció a Gorki,
que publicó alguno de ellos en su revista y le recomendó mezclarse con el
pueblo para mejorar su literatura.
Y
así lo hizo. Durante siete años (de 1917 a 1924) se lanzó a explorar el mundo. Fue
soldado del ejército rojo en el frente rumano, realizó diversos cometidos dentro
del partido, trabajó como redactor y periodista en San Petersburgo y Tiflis, y
en 1920 fue enviado como corresponsal de guerra para cubrir la campaña del
Primer Ejército de Caballería contra los polacos y las fuerzas antisoviéticas
rusas. De esta última experiencia nacería su libro más conocido: Caballería
Roja.
Según
expresó el propio Bábel, «no fue sino en
1923 cuando aprendí a expresar mis pensamientos con claridad y concisión.
Entonces me puse a escribir otra vez». Y fruto de esa nueva fuerza narrativa
en 1924 salieron a la luz cuentos como Sal,
Una carta o La muerte de Dolgushov (incluidos posteriormente en Caballería Roja), que fueron publicados
en la revista Lef, editada por
Mayakovski.
Isaak Bábel en los años 30
De
vuelta en su ciudad natal y mientras trabajaba como periodista, Bábel publicó
sus Cuentos
de Odesa, una colección de relatos cortos que retratan la vida
cotidiana del hampa local en el barrio de su infancia antes y después de la Revolución de Octubre. Una
pequeña selección de estos textos acaba de ser publicada por Ediciones Nevsky en forma de libro
ilustrado. El volumen contiene cuatro
relatos centrados en el personaje del «Rey» Benia Krik, que junto con su
banda de malhechores es el jefe absoluto de Moldavanka y hace y deshace a su
antojo. Parece que para componer su personaje el escritor ruso se basó en la figura
real de Mishka Yaponchik (1891-1919), un gánster local que controlaba buena
parte de Odesa a finales de los años 10.
En
el cuento que abre el libro, El Rey, un anuncio hecho en medio de
la boda de la hermana del todopoderoso Benia Krik provocará un fin de fiesta
bastante peculiar. El ambiente del mundo criminal es también el protagonista de
Qué
sucedió en Odesa, donde se narra la ascensión del Rey dentro del escalafón delictivo. En El padre -el relato que más me ha gustado-, la
veinteañera Baska siente la llamada fulminante del amor y decide que su singular padre ha de tomar cartas en el
asunto por su propio bien. Aquí el buen oficio de Bábel despliega una galería
de personajes y situaciones impagables:
«La muchacha quería una vida así,
pero bien sabía que la hija del tuerto Graj no podía contar con encontrar un
buen partido. Así que dejó de llamar padre a su padre.
–¡Ladrón pelirrojo! –le gritaba por las tardes–, ande, ladrón pelirrojo,
véngase a cenar…
Y se prolongó hasta que Baska hubo cosido seis camisones y seis pares de
pantalones con volantes de puntilla. Cuando hubo acabado los ribetes de las
puntillas, se echó a llorar y en voz baja, en una voz que no parecía su voz, le
dijo entre lágrimas al inquebrantable Graj:
–Todas las muchachas –le dijo– tienen algo interesante en sus vidas, yo
soy la única que vive como un vigilante nocturno en un almacén ajeno. O hace
algo por mí, papá, o pondré fin a mi vida…».
Por
último, en Liubka la Cosaca,
asistimos a una jornada bastante peculiar en la vida de una de las taberneras
más conocidas y pluriempleadas de Moldavanka, con un sentido de los negocios
muy particular.
Todos
estos relatos tienen un tono común muy cercano, una atmósfera que recuerda los mecanismos de las historias
tradicionales transmitidas de forma oral por un testigo de los hechos. El
mismo narrador va captando el interés del lector mediante descripciones
pormenorizadas y haciendo uso de repeticiones para que no se vaya perdiendo el
hilo de la acción. También se usa el recurso de entrelazar personajes en
distintos relatos para irradiar una sensación de unidad; así, los actores
secundarios de unos pasan a ser protagonistas en el siguiente o viceversa. Y
también destacaría el matiz
caricaturesco que hace el autor de buena parte de este elenco. Temas como
la extorsión, el abuso, la pobreza o las injusticias flagrantes dentro de todas
las escalas sociales se tratan con un humor que consigue amortiguar en parte
los rigores de lo narrado, dejando alguna oportunidad a la esperanza.
No
se trata en absoluto de cuentos oscuros, y para demostrarlo, la ilustradora Iratxe López de Munáin (1985) recrea un mundo lleno de colorido para esta
edición. Su estilo expresivo y naíf
da la continuidad precisa a las situaciones que se van narrando y nos deja siempre
con una sonrisa en la cara (por cierto, genial el guiño a los personajes y el
homenaje al propio Bábel en la ilustración que cierra el volumen). Con sus trazos ágiles y desenfadados, creo que ha
logrado reflejar muy bien en las imágenes ese descaro que rezuman los textos.
Este
colorido contrasta con el trágico final
de Bábel. A pesar de que su narrativa le hizo popular como escritor en la Unión Soviética y el extranjero,
la falta en su estilo de lo que el régimen llamaba «romanticismo
revolucionario» le fue granjeando enemigos políticos. La sinceridad que
reflejaban sus textos era demasiado cruda o poco poética para las autoridades y
además él se negaba a escribir según las directivas del partido. Fue capeando
estos pequeños temporales hasta que en 1934, en el primer congreso de la Unión de Escritores
Soviéticos se definió con ironía como «un
maestro del silencio», lo que fue interpretado por Stalin como una crítica
directa, poniéndolo en su punto de mira. Una vez muerto Gorki -su mayor
protector- Bábel quedó expuesto en 1936 a la ira del dictador, que le prohibió
viajar al extranjero, donde residía parte de su familia. Cada vez más cercado
por el régimen, en mayo de 1939 fue arrestado en su villa de Peredelkino, al
sur de Moscú. Encarcelado durante meses, en enero de 1940 fue sometido a un
juicio sumarísimo, siendo acusado de terrorismo y espionaje y condenado a
muerte, sentencia que se cumplió al día siguiente.
Sirva,
pues, este recién estrenado volumen de Cuentos
de Odesa para hacer un homenaje a Isaak Bábel y a todos aquellos damnificados
por las atroces purgas de la Unión
Soviética. Y también felicidades para James y Marian Womack, la
fuerza motriz de Nevsky, que llevan ya todo un lustro rescatando buena
literatura rusa.
Cuentos de Odesa, Isaak Bábel
Traducción de Marta Sánchez-Nieves
Ilustraciones de Iratxe López de Munáin
Nevsky, 2014, 128 páginas, 16 €