miércoles, 17 de septiembre de 2014

Chico de barrio (italiano)





Una vez rebasada la mitad de su vida, un director de cine italiano con una estupenda filmografía a sus espaldas -aunque algo ignorado por el gran público- decide rodar una película sobre la vida cotidiana en el Milán bombardeado de la Segunda Guerra Mundial, una obra donde plasmar sus propias vivencias y nostalgias. Pero el destino, caprichoso y cruel, desbarata sus planes y le hace seguir un nuevo camino.

Bien podría ser el argumento de una novela o incluso de otra película, pero en este caso se trata de la pura realidad. Esto es ni más ni menos lo que le pasó a Ermanno Olmi (Treviglio, Bérgamo, 1931), el autor de la novela que analizo hoy, Chico de barrio, cuando se disponía a preparar el rodaje de ese flashback emocional a la época de su infancia.

Entre 1983 y 1987, una grave enfermedad del sistema nervioso mantuvo alejado a Olmi de la actividad cinematográfica, lo que le impidió llevar a cabo el proyecto. Sin embargo, decidió aprovechar su larga convalecencia para transformar la película que ya tenía organizada en su cabeza en este libro, que hace unos años editó Libros del Asteroide. Esta primera y única novela se publicó en Italia en 1986 y recibió el premio Grinzane Cavour al año siguiente.

La narración discurre en primera persona desde mayo de 1940 hasta el final de la contienda, en 1945, y tiene como escenarios principales el barrio industrial milanés de la Bovisa y la casa de la abuela en Treviglio, un oasis de paz en mitad del campo. Nuestro protagonista, que va pasando a lo largo del libro de la infancia a la adolescencia en ese reducido espacio de 40 kilómetros, nos relata de forma sencilla los vaivenes de la guerra y la evolución de las familias, los compañeros y la propia fisonomía de Italia.

«Un encargado de la empresa nos hizo subir al tren, después de habernos apuntado en una hoja. Me despedí de mi madre: me dio un abrazo más largo que las otras veces que había partido. Me dio un beso y yo, en lugar de llorar, como había temido, me asombré al notar que lo que más advertía era un leve olor a polvos de tocador en su mejilla y, cuando el tren se movió y miré a mis familiares por última vez, mientras me hacían señas de despedida y se alejaban cada vez más, me di cuenta de que aquel leve olor a polvos de tocador quedaría unido para siempre al recuerdo de la cara de mi madre».

A pesar de estar ambientado en plena contienda, quien espere encontrar en este libro una acción trepidante se llevará una gran desilusión. Aunque por supuesto se describen bombardeos, bajadas nocturnas a los refugios y algún que otro encontronazo con los alemanes, Olmi -con un ojo excepcional para iluminar lo cotidiano- prefiere hablarnos en esas situaciones de los temas que más preocupan a su alter ego. Así van desfilando los campamentos de verano, la complicidad con su hermano mayor, las sopas de tocino y ajo de la abuela, los juegos con los amigos, las confidencias o el descubrimiento paulatino del amor. Y la calle como espacio vital de ese aprendizaje.

El autor traslada con maestría al papel esa elaboración rápida de escenas y de personajes tan propia del cine, dando lugar a multitud de anécdotas casi siempre divertidas en las que todos nosotros podemos vernos reflejados si escarbamos en nuestros recuerdos. La estructura de la novela, dividida en capítulos muy breves, contribuye aún más a transmitir ese ritmo vital apasionante.


Ermanno Olmi (© Gerhard Kassner)


Olmi conoce a la perfección los escenarios que describe (su pueblo natal, su ciudad de acogida) y son numerosas las referencias personales que incorpora a la novela. Así, aparece la empresa italiana Edison-Volta, para la que trabajó desde muy joven y donde dirigió entre 1953 y 1961 una treintena de documentales, o el destino de su padre (que obviamente no desvelaré).

Esta novela autobiográfica, de aprendizaje y descubrimiento, me ha gustado bastante por su naturalidad. En sus páginas no hay juicios de buenos y malos, sino que los ojos del protagonista nos reflejan los hechos con la inocencia de un niño -aunque inteligente y perspicaz- para que cada uno saque sus conclusiones aun en las escenas más emotivas (como la del compañero Pedrini cerca del final). Un lenguaje claro y transparente que refleja de maravilla el aliento de este pequeño milanés, así como la voluntad y la fuerza imparable del ser humano por abrirse camino a pesar de las adversidades. Otra joya rescatada por Libros del Asteroide, una editorial que sigue sin decepcionarme.

Como curiosidad, comentar que Ermanno Olmi, además de realizar documentales y saber lo que es ganar la Palma de Oro en Cannes o el León de Oro en el Festival de Venecia, también hizo sus incursiones en el mundo de la publicidad. Entre 1968 y 1976 rodó varios anuncios para marcas como Nescafé y Cinzano. Os dejo con uno de estos últimos:




Nada que ver con los anuncios de vermú italiano que se rodarían en 1993 ;-)…




Chico de barrio, Ermanno Olmi
Traducción de Carlos Manzano
Libros del Asteroide, 2009, 192 páginas, 14,95