viernes, 27 de diciembre de 2013

Nueva colección de narrativa breve



Los amantes de la narrativa breve estamos de enhorabuena. La editorial Elba, especializada en ensayos sobre arte, textos de artistas y crónicas de viajeros de antaño, acaba de lanzar al mercado una nueva colección. Bajo el título de Ficciones, el sello de Clara Pastor va a apostar por colecciones de relatos breves hasta ahora inéditas en español.

Los dos primeros títulos son La soledad de la compasión, de Jean Giono, e Historias de Manhattan, de Louis Auchincloss, y están disponibles desde el 27 de noviembre. Tanto la elección de autores (poco difundidos en España, pero de solvencia narrativa contrastada) como el diseño editorial (portadas elegantes de aire retro, con ilustración en blanco y negro y un solo detalle en color) dejan claro que Elba sigue confiando en un público –que lo hay, señores editores– que busca calidad fuera de las modas del momento.

Dejo a modo de presentación un extracto de la nota de prensa de la editorial para cada libro. Yo pienso empezar degustando los relatos rurales de Giono.




Los veinte relatos de La soledad de la compasión (156 páginas, 18 Eur), probablemente una de las mejores obras de Giono, constituyen un retrato conmovedor y nostálgico de la vida rural en la Provenza. Uno tras otro, el autor trata algunos de los aspectos más íntimos y universales de la experiencia humana: una amistad forjada en las trincheras en plena guerra, el vínculo entre el hombre y la tierra, o el descubrimiento, ya en la vejez, de la fragilidad de la vida y «la soledad de la compasión».

Los personajes de Giono –el cura del pueblo, un pastor solitario, los clientes habituales del café y su propietario, o forasteros aparentemente surgidos de la nada que se desvanecen como aparecieron– son, unas veces, luminosos, sabios y decentes, y otras, toscos e inmorales, pero reflejan siempre un profundo conocimiento del alma humana.

El olor a tierra húmeda, a sangre, el sonido del viento o el particular diálogo entre un hombre y un animal herido, evocan un universo singular y acaso para muchos ya desaparecido en el que aún resuena la melodía, algo triste, de una humanidad entera.

Jean Giono (Manosque, 1895-1970) hijo de un zapatero y una lavandera, nació y vivió toda su vida en la Provenza. Es uno de los escritores más queridos de su generación, aunque su obra queda fuera de las modas y las corrientes literarias, tanto de las de su época como de la actual.

Giono es autor de más de treinta novelas, así como de varios volúmenes de relatos, poesía, obras de teatro y ensayos. Una serie de estos últimos se reunieron en un solo volumen bajo el título Refus d’obéissance (1937). Al inicio de la Segunda Guerra Mundial Giono fue encarcelado por sus opiniones pacifistas e injustamente acusado de colaboracionista al final de la guerra. Giono fue nombrado miembro de la Academia Goncourt en 1954 y miembro del Consejo Literario del Principado de Mónaco en 1963, y salvo algunos viajes a París y aún menos al extranjero, nunca se alejó mucho de la región en la que se sitúan todas sus obras.




Historias de Manhattan (296 páginas, 22 Eur) es un colorido relato del siglo XX neoyorquino y de los círculos más exclusivos, y algo enrarecidos, de la ciudad. Los personajes de Auchincloss, un agudo observador de las paradojas morales entre las que se debate la «buena sociedad», tan pronto ascienden hasta alcanzar el nivel más alto en la escala social, como se desmoronan ante el contratiempo más insignificante. En el camino siempre hay un momento en el que surgen los problemas de conciencia, a menudo con resultados sorprendentes.
 
Desde las lealtades aristocráticas, aún vigentes en los albores del siglo, hasta las intricadas maquinaciones de las modernas operaciones de fusiones y adquisiciones, el mundo adinerado y glamuroso que describen estos diez relatos nos ofrece un retrato brillante de la denominada «gente bien», pero sobre todo muestra, con una elegancia y precisión insuperables, cómo los rasgos irremediablemente humanos de las personas, aunque se cubran de tweed y pieles, siempre acaban por manifestarse.

Louis Auchincloss (Nueva York, 1917-2010) perteneció a la clase privilegiada sobre la que escribe, y fue alumno en las mejores escuelas del país, primero en Groton y luego en la Universidad de Yale. Salvo los años en los que sirvió en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial, compaginó siempre su labor de abogado con la de escritor. Auchincloss está considerado un clásico moderno de la novela y el relato de costumbres, señalado como uno de los grandes por escritores de la talla de Gore Vidal. Autor de cincuenta y siete libros, fue miembro y presidente de la American Academy of Arts and Letters.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Mordiscos literarios / 4






La cita literaria de hoy –una bella metáfora de la lucha individual­– quiero dedicársela con mucho cariño a mi tío, que nos dejó en noviembre. Para ti, dondequiera que estés, libre ya de la crueldad del alzhéimer.


«En un rincón del patio trasero resistía a duras penas un arbolito raquítico, encarcelado en la malla de una cerca metálica que le impedía estirarse. Crecía allí, deformado, contra las tapias sucias de los talleres mecánicos, contra el ruido cacofónico de las sierras radiales. Nadie lo regaba ni se ocupaba de él; ningún pájaro le hizo el favor de posarse en su copa. Alguien, al pasar, había apagado un cigarrillo en su corteza y todavía era visible la quemadura. Era poco más que un palitroque olvidado en un cuadrado de fango. Algunas primaveras, de sus ramas estallaban inopinadamente dos o tres pequeñas flores liláceas, casi mustias, una muda plegaria, su grito afónico, y eso era todo. Florecía para nadie. Pero eso quería decir que el arbolucho, pese a todo, no se resignaba ni se daba por vencido, no se rendía, aún reclamaba su porción de belleza, su lugar bajo el sol, su derecho a la luz y al agua, la dignidad de estirarse por un instante y pronunciar su nombre verde, allí tan solo, antes de morir del todo y desvanecerse de la memoria de las generaciones de este mundo y de los siguientes. Él también quería disfrutar de su minuto de éxtasis.»


Volver a Oz. Eloy Tizón (2013)