lunes, 20 de mayo de 2013

Extrañas compañías: Salinas / Texas



Hoy inauguro una nueva sección, Extrañas compañías, que se dedicará a recoger retales de literatura breve -en cualquiera de sus expresiones- y emparejarlos con letras de canciones, pero de épocas muy diferentes. Porque los temas de los que se nutre la literatura son el amor, la muerte, la pasión, la vida misma, y eso no cambia a lo largo de los siglos, únicamente su expresión final.

Para comenzar, hoy traigo uno de mis poemas favoritos de Salinas, que descubrí de niño y que me sigue pareciendo un canto al amor precioso. Y como contrapunto (y siguiendo la tónica de preciosidades) os dejo con la voz más que sugerente de la escocesa Sharleen Spiteri, que parece haberse leído el poema y le contesta a su amor que las idealizaciones no suelen ser buenas: es mejor regresar al mundo real y poner todo el esfuerzo en amarse, simplemente, contra viento y marea.
Espero que os guste.


“Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.

Y que a mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú eras.”


Perdóname por ir así buscándote. Pedro Salinas (La voz a ti debida, 1933)



 
Saint. Texas (The hush, 1999)

miércoles, 15 de mayo de 2013

París era una fiesta... o casi.






París es un escenario literario inagotable. Retratada hasta la saciedad también en el cine, no hay quien se resista a la atracción de su historia, a la contemplación de los diversos paisajes urbanos y humanos -ya sea de día o a la luz de la luna- o a un simple vagabundeo por cualquiera de sus distritos.

Cuando el joven Hemingway llegó al París de entreguerras en 1922, experimentó esa misma fascinación. El flamante corresponsal para Europa del canadiense Toronto Star había elegido esta ciudad como base de operaciones, y desde ella hizo llegar puntualmente al periódico sus reportajes. En este volumen que la editorial Elba publicó el año pasado se recoge una excelente selección de casi treinta artículos que abarca desde febrero de 1922 hasta diciembre de 1923.


Foto del pasaporte de Hemingway en 1923

Con títulos tan explícitos como Vivir con 1.000 dólares al año en París, La meca de los impostores o El gobierno paga por las noticias, los textos son todo un prodigio de descaro, frescura e ironía. Hemingway expone al lector los datos que va recabando en sus sondeos diarios por el ambiente parisino. En la mayoría de los casos no hace falta que tome partido explícitamente, puesto que despunta ya su estilo directo y mordaz, con una economía de palabras bien escogidas, pero que son como dardos que se clavan en el centro de la diana. Esa precisión sirve igual para describir lo peor del ambiente nocturno de la ciudad, las guerras políticas o la multitud de pícaros ávidos de turistas americanos, como las bondades de la vida cotidiana en Francia tras la Gran Guerra o la escasez de viviendas a precios asequibles.

“La escoria de Greenwich Village, Nueva York, ha sido espumada y depositada en grandes cantidades en la zona contigua al Café de la Rotonde, en París. Por supuesto que ha surgido una nueva escoria para remplazar la anterior, pero la escoria más antigua, la más espesa y asquerosa de todas las escorias, se las ha arreglado para cruzar el océano y, con sus desembarcos de tarde y de noche, ha convertido la Rotonde en la principal atracción del Barrio Latino para turistas en busca de ambiente.”

Su estancia en la capital francesa, acompañado por su primera esposa, Hadley Richardson, fue una época de especial felicidad para él como reflejaría más tarde en París era una fiesta (1964). Pronto entabló amistad con personajes de la talla de James Joyce, Gertrude Stein o Picasso. Y poco a poco, el joven y pobre Hemingway tomó conciencia de que su verdadera pasión era ser escritor y no periodista, y de que París era el centro de operaciones perfecto para lograrlo; de hecho, no abandonó la ciudad definitivamente hasta 1928, dos años después de la publicación y el éxito de Fiesta.

Se puede decir que los artículos de este volumen nos muestran de forma clara los rasgos de un estilo incipiente: apasionado, riguroso e irónico. Una sobriedad calculada que logra dar un efecto mayor a lo que nos relata, así como una visión de la guerra -que tanto le marcó- y la naturaleza humana bastante desmitificadoras.

“El primer escándalo se produjo cuando la policía descubrió que la absenta, prohibida hacía seis años, se vendía en grandes cantidades con el nombre de Anis Delloso. En lugar de elaborarlo con el maravilloso color verde celebrado por los poetas menores hasta en los lugares más recónditos y abstemios de la tierra, los fabricantes de absenta producían cantidades industriales en forma de jarabe amarillo pálido. Seguía teniendo ese sabor a regaliz, y se volvía lechoso cuando se le añadía agua; y tenía esa pegada lenta y culminante que al tercer Delloso hacía que al boulevardier le entraran ganas de levantarse y dar saltos de alegría sobre su sombrero de paja nuevo.”

En suma, Sobre París es un libro bastante entretenido, que proporciona un testimonio directo, riguroso, carente por completo de exaltaciones y sumamente crítico. Cabe destacar, así mismo, el prólogo y la traducción de Clara Pastor, alma mater de Elba. Y finalmente, para los que quieran disfrutar de alguno de los artículos periodísticos de Hemingway en su lengua original, recomiendo la web monográfica del Toronto Star: http://ehto.thestar.com, que incluye el primero de los textos de este libro.

Sobre París, Ernest Hemingway
Traducción y prólogo de Clara Pastor
Elba, 2012, 166 páginas, 14