jueves, 29 de noviembre de 2012

Lotería literaria





Se acerca inexorablemente la Navidad, las primeras nevadas, los turrones… y la web Libros y Literatura nos ofrece una nueva edición de sus premios, que tienen por objetivo promover los blogs literarios en español, encontrar las mejores reseñas literarias de la blogosfera actual y premiar a sus autores.

Si tienes un blog y desear participar con tu reseña, no tienes más que seguir las instrucciones publicadas en las bases del premio. Eso sí, hazlo rápido porque el plazo de entrega finaliza el próximo 9 de diciembre. Puede ser una reseña inédita o una ya publicada en tu blog durante este año. En total, van a repartir 2 e-readers y la friolera de 230 libros (!) tanto entre los autores como entre los votantes de las mejores reseñas, así que la posibilidad de llevarse lectura extra para este crudo invierno no es nada despreciable.

Yo voy a probar suerte con mi texto sobre la novela Las españolas del metro Pompe, de François-Marie Banier (Libros del Silencio, 2012), un relato loco y desenfadado, cuyo descaro quise reflejar en el tono de la reseña. Podéis leerla y comentarla aquí.




¡Suerte a todos (y todos vuestros votos serán bienvenidos…)!

miércoles, 28 de noviembre de 2012

La tournée rusa de Steinbeck y Capa





A veces las historias más interesantes son fruto de la casualidad o de las ideas más peregrinas. Cuando Robert Capa entró a finales de marzo de 1947 en el bar del neoyorquino Hotel Bedford, no sospechaba que su apacible y etílico encuentro con el escritor John Steinbeck iba a acabar en una tournée fotográfica al otro lado del Telón de Acero aquel mismo verano.

Todos los días aparecían artículos periodísticos sobre Rusia, casi siempre redactados por personas que no habían puesto un pie en ese país y casi siempre con los mismos temas: Stalin, los movimientos de tropas, los experimentos con misiles y armas atómicas o los planes inmediatos del Soviet Supremo. Tanto a Steinbeck como a Capa les parecía mucho más interesante saber cómo vivían los ciudadanos rusos, qué comían, de qué hablaban y cómo se divertían, ya que esta vida privada rusa era desconocida para la mayoría de los norteamericanos. Así pues, decidieron intentar hacer un reportaje apoyado con fotografías que respondiera a todos esos interrogantes.


El dúo viajero retratado por Capa
 

Con el apoyo del New York Herald Tribune y tras vencer las reticencias soviéticas iniciales, comenzaron a finales de julio su particular periplo, que les llevaría a conocer Moscú (su particular “cuartel general”), Stalingrado y los campos de Ucrania y Georgia. Steinbeck ya tenía experiencia en estas labores de documentación, que plasmó en dos de sus obras: Los vagabundos de la cosecha (sobre el trasiego de familias de temporeros por California tras la Gran Depresión; Libros del Asteroide, 2007) y ¡Bombas fuera! (su cobertura del entrenamiento de los pilotos norteamericanos de bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial; Capitán Swing, 2011).

Con la tutela de la Voks (la organización de relaciones culturales de la Unión Soviética) y durante casi dos meses, nuestros protagonistas pasearán por las calles rusas, visitarán museos, entrarán en tiendas y grandes almacenes, asistirán a espectáculos de circo, ballet y teatro, frecuentarán los clubes de baile y se patearán a conciencia los fértiles campos de Ucrania y el Cáucaso para examinar granjas estatales o fábricas, dos de los orgullos soviéticos de la época.


Familias ucranianas
 

El resultado es la crónica de un país parcialmente arrasado por la guerra, en continua reconstrucción, que convive con el racionamiento y la veneración hacia Stalin. Steinbeck retrata a un pueblo desgastado por los años de ocupación y lucha, pero que con un carácter afable y una gran hospitalidad acoge en sus casas a estos peculiares extranjeros a los que inunda de preguntas sobre política, salarios, cifras de producción, modos de vida o incluso literatura, ansioso de saber (ellos también) cómo se vive en el otro lado.

“Nos detuvimos en una casa diminuta que estaba construyendo el contable de una fábrica. Estaba montando los tablones él solo, y estaba mezclando el barro para el revoco, y sus dos hijos jugaban en el jardín a su lado. Era muy agradable. Siguió construyendo su casa mientras le fotografiamos. Y después fue a coger su álbum de recuerdos para demostrar que no siempre había estado tan harapiento, que una vez tuvo un apartamento en Stalingrado. […] Había fotos de su boda, de su esposa con un traje de novia blanco y largo. Y después había fotos de sus vacaciones en el Mar Negro, de él y su esposa nadando, y de sus hijos a medida que crecían. Y había postales que le habían mandado. Era toda la historia de su vida, y todas las cosas buenas que le habían sucedido. Había perdido todo lo demás en la Guerra.
            Preguntamos: «¿Cómo pudo salvar su álbum de recuerdos?».
          Cerró la tapa y su mano acarició ese archivo de su vida entera, y dijo: «Cuidamos mucho de esto. Es muy valioso».”


Enérgica guardia de tráfico en Kiev
 

Fiel a su propósito, Steinbeck nos ofrece un relato honesto, carente de cualquier prejuicio, donde no hay críticas demoledoras, alabanzas excesivas ni veredictos finales. Sin embargo, en medio de esta transparencia fluye a cada página el sentido del humor y la ironía a raudales del autor. Ya sea contra la férrea disciplina del aparato político, las normas establecidas o la contumaz burocracia soviética, Steinbeck hace gala de una socarronería sin fronteras, que aplica por igual a rusos y americanos. Así, las descripciones de sus penurias en los medios de transporte del país (aviones maltrechos, trenes asfixiantes, viejos coches o jeeps “doloridos”), las bromas de esta pareja a sus intérpretes -la eficiente Svetlana (Sweet Lana) y el increíblemente gafe Sr. Chmarsky, alias el gremlin del Kremlin-, o el retrato del mundillo de los periodistas americanos en Moscú, son solo algunos de los ejemplos que hacen de Diario de Rusia una lectura extremadamente amena y divertida. Y como toda pareja bien avenida, tampoco faltan las bromas recíprocas entre los dos reporteros en cualquier circunstancia y horario; a este respecto, Capa intercala un capítulo -titulado Una queja legítima- donde expone su opinión acerca de su compañero de viaje.

“Ahora Capa estaba fuera de su elemento, porque Capa habla todos los idiomas menos el ruso. Habla cada idioma con el acento que corresponde a otro. Habla español con acento húngaro, francés con acento español, alemán con acento francés, e inglés con un acento que nunca ha sido identificado. Pero no habla ruso. Después de un mes aprendió algunas palabras de ruso, con un acento que en general se podía considerar uzbeco”.

“Estábamos viviendo una vida que con respecto a la virtud solo había sido igualada una o dos veces en la historia del mundo. En parte era deliberado porque teníamos demasiadas cosas que hacer, y en parte era porque el vicio no estaba muy disponible. Y nosotros somos especímenes bastante normales. Nos encanta un tobillo bien torneado o incluso unas pulgadas por encima del tobillo, vestido, si es posible, con unas medias de nailon bien ajustadas. […] Teníamos un ansia definitiva de ser engañados y mentidos. […] Y ahora llevábamos una vida de prístina virtud. Nos mostrábamos circunspectos a conciencia. Los ataques más comunes contra los extranjeros en la Unión Soviética se basan en la embriaguez y la lascivia. Y a pesar de que solo somos razonablemente alcohólicos, y no más lascivos que la mayoría de la gente, aunque esto es algo variable, estábamos decididos a vivir una vida de santos. Y logramos hacerlo, no enteramente para nuestra satisfacción.”

El libro está ilustrado con setenta fotografías, algunas a toda página, que son una minúscula muestra de los casi cuatro mil negativos con los que regresó Robert Capa. Son el complemento perfecto a la prosa sencilla aunque llena de matices (un diez para la traductora) de Steinbeck, que nos muestra a un pueblo ruso que odiaba la guerra y que tan solo ansiaba una buena vida y un mayor bienestar. Un sentimiento universal sintetizado en las palabras que dirige a su madre el sorprendido niño ucraniano al que acaban de retratar en una de las granjas: “¡Pero estos americanos son gente como nosotros!”.


Lección de historia a la sombra del líder
 

Nota al margen: Nueve años después de este viaje -ya con Jruschov en el poder denunciando los crímenes de Stalin- otro tándem escritor-fotógrafo, esta vez francés, tuvo una ocurrencia similar. Dominique Lapierre y Jean-Pierre Pedrazzini convencieron al semanario Paris Match para financiarles un viaje por carretera a la todavía hermética Unión Soviética. A bordo de un flamante Simca Marly amarillo y con la compañía de sus mujeres, estos jóvenes reporteros recorrieron entre julio y octubre de 1956 la friolera de trece mil kilómetros con una libertad de movimientos similar a la de Steinbeck y Capa.

Acompañados de un joven matrimonio de periodistas rusos, ofrecieron también al lector europeo un relato objetivo de la vida de los ciudadanos rusos corrientes. Estas vivencias aparecieron en forma de libro en España bajo el título de Érase una vez la URSS (Planeta, 2006). Recuerdo que la historia de Lapierre no me gustó tanto como la de Diario de Rusia, quizá porque esperaba algo más que la mera exposición de las anécdotas de un viaje atípico. Sin embargo, las instantáneas de Pedrazzini son estupendas y resulta un libro entretenido y de lectura rápida.

Diario de Rusia, John Steinbeck
Con fotografías de Robert Capa
Traducción de María Pérez Martín
Capitán Swing, 2012, 248 páginas, 18,50

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Mordiscos literarios / 1



Glenda Jackson, inspiradora del relato, en la película Turtle Diary (1985)
 

“En aquel entonces era difícil saberlo. Uno va al cine o al teatro y vive su noche sin pensar en los que ya han cumplido la misma ceremonia, eligiendo el lugar y la hora, vistiéndose y telefoneando y fila once o cinco, la sombra y la música, la tierra de nadie y de todos allí donde todos son nadie, el hombre o la mujer en su butaca, acaso una palabra para excusarse por llegar tarde, un comentario a media voz que alguien recoge o ignora, casi siempre el silencio, las miradas vertiéndose en la escena o la pantalla, huyendo de lo contiguo, de lo de este lado. Realmente era difícil saber, por encima de la publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos los que queríamos a Glenda.”

Queremos tanto a Glenda. Julio Cortázar (1980)

domingo, 11 de noviembre de 2012

A un año del 11/11/11


Hoy hace justo un año que empecé esta aventura bloguera. Todos los que hayáis pasado por aquí desde entonces habréis notado que tengo pasión por la buena narrativa, en especial por la breve (novela corta, cuentos, microrrelatos o ensayos). Para mí, es en las distancias cortas donde se descubre verdaderamente al buen escritor, el que con unos pocos elementos y su talento consigue crear una excelente historia y, a veces, una obra de arte.

Por eso, cuando estaba pensando abrir este espacio decidí centrarme en esta parte de la literatura. También quise dar aquí el protagonismo que se merece a la edición independiente en español, con su labor de especialización, recuperación de autores olvidados o poco conocidos y búsqueda de nuevos talentos.

Desde entonces, el blog no ha parado de crecer, proporcionándome grandes alegrías. Por eso, en este primer aniversario quiero daros las gracias a todos los que en algún momento os habéis pasado por aquí, a mis seguidores, a los que dejáis comentarios y a los que simplemente echáis un vistazo rápido. En cualquier caso, me doy por satisfecho si mis reseñas y mis artículos os han descubierto un libro con el que habéis disfrutado. También quiero agradecer el envío de ejemplares a todas las editoriales con las que colaboro.

Y, para terminar, anunciaros que estoy cocinando nuevas secciones que espero que os resulten atractivas. A este respecto, cualquier sugerencia será bienvenida. Ah, y para festejar este año de vida, nada mejor que un buen tema musical, así que os dejo con este directo de Mike & the Mechanics (¡hasta pronto!):



jueves, 8 de noviembre de 2012

Algún día este libro te será útil





La adolescencia siempre es una etapa vital llena de conflictos. Una época en la que creemos tener respuestas sencillas y precisas para buena parte de los problemas que atenazan a los adultos, pero con frecuencia carecemos de una visión clara respecto a nuestro propio futuro. Las dudas, los temores, la indecisión y las opiniones ajenas -casi siempre opuestas a las nuestras- se van agolpando sin tregua y todo es cuestionado o cuestionable.

En este continuo proceso de centrifugado mental se encuentra James Sveck, el narrador y protagonista de esta novela, un joven e inteligente neoyorquino de dieciocho años que acaba de terminar el colegio y que no tiene claro qué rumbo tomar. De momento, pasa el verano en Manhattan trabajando (o algo parecido, dada la escasez de clientela) en la galería de arte de su madre, una cincuentona en plena deriva sentimental tras romper su tercer matrimonio durante la luna de miel.

“La mayoría de la gente cree que las cosas no son reales si no se expresan verbalmente, y que es el acto de expresarlas y no el de pensarlas lo que las legitima. Supongo que por ese motivo uno siempre quiere que otro le diga «te quiero». Yo pienso lo contrario, que los pensamientos son más reales cuando se piensan, que expresarlos los distorsiona o diluye, que es mejor que permanezcan en la oscura capilla de aeropuerto de tu mente, donde el clima está controlado, que si los sueltas y les da el aire y la luz se alterarán, como una película fotográfica expuesta por accidente.”

A este desalentador panorama se une la tensa relación amor-odio de James con su hermana Gillian, tres años mayor y mucho más desenvuelta, que sale con un profesor universitario casado que seguramente le dobla la edad. Para acabar de aderezar el retrato de familia tenemos al padre del protagonista, Paul, un ocupadísimo y exitoso hombre de negocios que, tras su divorcio seis años atrás, reparte su vida entre el trabajo y las relaciones con una larga sucesión de mujeres mucho más jóvenes que él que parecen lucir las mismas “mechas” rubias de aspecto artificial en su bonito cabello castaño, por lo que la comunicación con su hijo dista mucho de ser fluida.


Peter Cameron (foto tomada de su web)
 

Pero lo que de verdad preocupa a James no es su caótica familia sino el no estar seguro de querer ir a la universidad. No es que no quiera seguir recibiendo una buena educación; lo que realmente le gustaría es comprarse una vieja casa en el medio oeste, en Kansas o tal vez en Indiana, donde poder encerrarse a leer todo el día sin ser molestado. Porque ese es el principal problema del joven Sveck: que odia relacionarse con gente de su edad, ya que piensa que no tiene nada en común con ellos. Así pues, la perspectiva de compartir con estos aburridos varios años de su vida en la prestigiosa Universidad de Brown –donde ha sido admitido- le desmotiva completamente.

Para poner algo de orden en su confusa vida, sus padres deciden enviarlo a la Dra. Adler, una peculiar psiquiatra capaz de exasperar al pobre James en cada una de las sesiones. El único refugio ante tanta zozobra espiritual es la abuela Nanette (su ser humano predilecto), que espera con ilusión las visitas del nieto y siempre le ofrece los consejos que los demás parece que se empeñan en ocultarle.

“…de repente, durante uno o dos segundos, vi con claridad que no querer ir a la universidad se debía en parte al deseo de no avanzar, pues me encantaba estar donde me encontraba en aquellos momentos, un deseo inequívoco y profundo: allí sentado, en la cocina de mi abuela, tomando café recién hecho en una taza de porcelana y no en un vaso de papel con una tapa de plástico perforada, sentado en la cocina perfectamente ordenada y con la puerta trasera abierta para que penetrara en la casa un poco de brisa, el reloj eléctrico encima del fregadero zumbando imperceptiblemente día y noche y el suelo de linóleo desgastado de tantos años de fregar y refregar y tan suave como gamuza, mi abuela sentada delante de mí con un vestido que probablemente se compró hace cuarenta años y que se ha puesto un millar de veces desde entonces, escuchándome, aceptándome, al parecer, como nadie más lo hace y, en el exterior, el tranquilo sábado de verano, el mundo a nuestro alrededor aún no violado del todo por la estupidez, la intolerancia y el odio.”

Esta estupenda y divertida novela de iniciación también trata de la vida en Nueva York tras los atentados del once de septiembre, de política, cirugía estética, arte contemporáneo, relaciones de pareja, identidades sexuales que despuntan y muchas cosas más. Peter Cameron (Pompton Plains, Nueva Jersey, 1959) nos habla a través de James de la vida actual en la Gran Manzana, -con sus múltiples caras y sus contradicciones- mediante una prosa sencilla, muy cercana al lector. Llena de anécdotas y situaciones hilarantes, Algún día este dolor te será útil es uno de los éxitos de ventas en este año de Libros del Asteroide. Y es que es difícil resistirse a seguir a este sensible y espabilado comedor de bocadillos de huevo frito por las calles de Manhattan...


P.S.: Esta reseña participa en la elección del libro del año 2012 que organiza en su web el equipo de PriceMinister, a quienes agradezco el envío del ejemplar.

Algún día este dolor te será útil, Peter Cameron
Traducción de Jordi Fibla
Libros del Asteroide, 2012, 248 páginas, 18,95