domingo, 29 de enero de 2012

Los sueños de Helena

Libros del Zorro Rojo acaba de publicar Los sueños de Helena, un nuevo libro de Eduardo Galeano especialmente iluminado por Isidro Ferrer, Premio Nacional de Ilustración 2006. A continuación os dejo la información recibida de la editorial:


 

La obra recopila todos los textos que el gran narrador uruguayo escribió sobre los sueños de su mujer, Helena Villagra, y que han ido apareciendo en algunos de sus libros más emblemáticos, como Memoria del fuego (1982), El libro de los abrazos (1989), Las palabras andantes (1993), Bocas del tiempo (2004) o Espejos (2008).
En el prólogo a esta edición, Galeano señala: «Helena me humilla cada mañana, a la hora del desayuno, contándome sus sueños prodigiosos. Ella entra en la noche como en un cine, y cada noche un sueño nuevo la espera. Mientras ella cuenta, yo bebo mi café en silencio. Más me vale callar. Los pocos sueños míos que consigo recordar son de una bochornosa estupidez. Para vengarme, escribo los sueños que ella vuela. Aquí están, reunidos, fugitivos de las páginas de mis libros que ellos, los sueños, han mejorado tanto. Las obras de Isidro los acompañan, de la mejor manera.»
Las historias soñadas hablan del exilio, de los amigos ausentes, de la memoria y siempre se muestran revestidas de poesía. La prosa de Galeano, breve y exacta, refiere las historias al modo de un diario de la imaginación, donde los sueños son episodios de una historia mayor que comprende los días y las noches. «El sueño sueña en otra edad, en otro mapa, en otro tiempo», dice Galeano, y las historias pueden ofrecerse al soñador: «Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados. Helena no podía soñarlos a todos, no había caso, no había manera. Uno de los sueños, desconocido, se recomendaba: Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar
En otros episodios los amigos vuelven: «Con un solo brazo, nos abrazaba a los dos. El brazo era larguísimo, como antes, pero todo el resto había encogido muchísimo, y por eso Helena lo soñaba con desconfianza, entre creyendo y no creyendo. Julio Cortázar explicaba que había podido resucitar gracias a una máquina japonesa, que era muy eficiente pero todavía estaba en fase de experimentación, y por error la máquina le había dejado enano todo el cuerpo salvo un brazo.»
Si los sueños son una forma de escritura, en la reescritura de Galeano estos se nos revelan con la misma poesía que caracteriza sus otras historias, las que su obra ha ido recogiendo en cantares y memorias.




Los sueños de Helena es el cuarto título de la Colección Encuentros, serie con la que Libros del Zorro Rojo se ha propuesto publicar cuidadas ediciones que reúnen a reconocidos escritores y artistas gráficos contemporáneos. El primer título de la colección fue Historias de París, de Mario Benedetti ilustrado por Antonio Seguí, al que siguieron Bajo la lluvia ajena de Juan Gelman con aguafuertes de Carlos Alonso y El gran zoo de Nicolás Guillén con imágenes de Arnal Ballester.
Para Los sueños de Helena, el trabajo de ilustración ha correspondido a Isidro Ferrer (Madrid, 1963), considerado uno de los mayores artistas gráficos del presente y que fuera galardonado con el Premio Nacional de Ilustración 2006 por el Ministerio de Cultura. A partir de los textos de Galeano, Isidro Ferrer ha sabido elaborar una serie de composiciones donde conviven esculturas, collages y dibujos; esa pluralidad de técnicas construye una melodía, una delicada atmósfera a través de la cual los sueños se reconocen para volver a suceder. La belleza, el humor y la elegía están presentes en cada imagen, haciendo de su conjunto uno de los trabajos más sobresalientes de su trayectoria como ilustrador.

Los sueños de Helena, Eduardo Galeano
Ilustraciones de Isidro Ferrer
Libros del Zorro Rojo, 2011, 64 páginas, 19,90

lunes, 23 de enero de 2012

Scott Fitzgerald está de moda...


Este 2012 recién estrenado nos trae, entre otros aniversarios, la celebración del bicentenario de Charles Dickens. Por tanto, dentro de poco nos veremos inundados de reediciones de sus novelas, nuevas traducciones, biografías y estudios varios sobre su obra. Es lo que tienen los clásicos... Sin embargo, a veces no es necesario que se celebre ningún gran aniversario para que aparezcan en el mercado varios libros a la vez de un determinado autor. Esto es lo que ha ocurrido con otro estupendo clásico: Francis Scott Fitzgerald.

Son varias las editoriales que acaban de publicar obras del estadounidense. Os dejo a continuación cada una de sus propuestas (información extraída de las notas de prensa):


 Tres historias en torno a Gastby
Traducción de Susana Carral
Rey Lear, 2012, 144 páginas, 12,50 


Durante los años previos a la publicación de El gran Gatsby (1925), Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) escribió algunos relatos donde ensayaba la relación entre un hombre hecho a sí mismo y una mujer rica y caprichosa, tan guapa como tonta, y preferentemente rubia. Algunos de los personajes creados para estas historias fueron aprovechados en la novela, otros se descartaron pero sirvieron para construir la peculiar atmósfera del entorno de Gatsby.
Tres de las mejores son Sueños de invierno (1922), Dados, puño americano y guitarra (1923) y Lo más sensato (1924), recopiladas junto a otras seis más en el libro All the Sad Young Men (1926). Sueños de invierno apareció por primera vez en el número de diciembre de Metropolitan Magazine, una de las muchas revistas que literalmente alimentaban a Scott Fitzgerald entre novela y novela, práctica muy habitual entre los escritores norteamericanos de la primera década del siglo XX. Está ideado a modo de novela corta y es una historia de amor agridulce, como la vida de Zelda y Francis Scott Fitzgerald, aunque Judy Jones, la protagonista, carece de los problemas psíquicos de Zelda; simplemente es frívola.
Dados, puño americano y guitarra es un cuento de hadas; de hadas sureñas, eso sí, con esclavo negro y música de jazz. Fue el primero que su autor publicó en las revistas del poderoso William Randolph Hearst —el Ciudadano Kane de Orson Welles—. Salió en el número de mayo de 1923 de Hearst’s International y su protagonista femenina, Amanthis, es rubia pero lista y sensible, como las mujeres raras de Carson McCullers. Humorístico y poderoso, en ocasiones también bordea lo fantástico con detalles como el del misterioso automóvil que al tomar cada curva se va partiendo por la mitad, de arriba a abajo. El desprecio de Scott Fitzgerald por su narrativa corta, que siempre tachó de alimenticia, no se conjuga con la enorme calidad de esta historia que recoge lo mejor de Mark Twain y se anticipa a los grandes narradores del Sur, como Tennesse Williams o la mencionada McCullers.
Subdividido en cuatro partes, Lo más sensato apareció el 15 de julio de 1924 en la revista Liberty, que pagó a Scott Fitzgerald 1.750 dólares de la época, lo que suponía un precio bastante alto aunque todavía lejos de los 4.000 dólares que llegaría a cobrar en 1929 por cada una de sus entregas al Saturday Evening Post. Lo más sensato es la narración más sencilla de este volumen y refleja cómo el éxito permite recuperar el amor, algo similar a lo que le ocurrió al propio Scott Fitzgerald entre 1919 y 1920, período en el que él logró reconquistar a Zelda a consecuencia de sus primeros éxitos editoriales.
Hay un regusto amargo en el colofón que lo hace muy Gatsby: «En el mundo hay toda clase de amores, pero nunca el mismo amor se repite dos veces».
(Del prólogo del editor)


Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año
Traducción de Julia Osuna
Gallo Nero, 2011, 120 páginas, 10 

Fitzgerald se casó con Zelda en 1920 y a lo largo de su vida ganó mucho dinero tanto por su trabajo en la industria cinematográfica como por sus artículos, cuentos y novelas. También derrochó mucho dinero y tardó años en aprender a gestionar sus ganancias o por lo menos en contener los gastos.
Presentamos aquí reunidos dos artículos autobiográficos, dos brillantes muestras de su refinado talento, las crónicas de sus intentos fallidos de ahorrar, ambos publicados en 1924 en el Saturday Evening Post.
En Cómo sobrevivir con 36000 dólares al año, un retrato irónico y representativo de la clase media norteamericana, los Fitzgerald se mudan a las afueras de Nueva York y compran un libro de contabilidad en el que Zelda registra minuciosamente cada recibo en un intento desesperado de ahorrar. El éxito de ese primer artículo le animó a escribir una secuela: Cómo sobrevivir prácticamente con nada. Esta vez la familia Fitzgerald sube a un barco rumbo a Europa donde, eso pensaban, habrían podido vivir bien y con poco dinero.
Cierra el libro el artículo “La declaración de la renta de F. Scott Fitzgerald” firmado por el prof. William J. Quirk y publicado en la revista The American Scholar.


 Mi ciudad perdida
Traducción de Yolanda Morató
Zut Ediciones, 2011, 314 páginas, 18 

Mi ciudad perdida cumple un deseo que Francis Scott Fitzgerald nunca pudo realizar en vida. En distintas cartas a Max Perkins, su editor en Charles Scribner’s Sons, el escritor intentó persuadirlo entre 1934 y 1936, sin éxito en ninguna ocasión, para que publicase el conjunto de ensayos que ahora se traduce por primera vez al español.
Siguiendo el deseo del novelista norteamericano más influyente y personal del siglo XX, la presente edición respeta el orden de los artículos que Fitzgerald seleccionó de entre sus muchas colaboraciones periódicas. Sobreponiéndose a las estrictas reglas del género –pues todos los textos fueron escritos para revistas como New Yorker, Saturday Evening Post, Cosmopolitan, Esquire y Bookman–, Fitzgerald se las arregló para ir tramando una red de hilos que tejen una suerte de autobiografía de escritor, en la que los ensayos más extensos giran en torno a la escritura de relatos de ficción y no ficción como único medio de subsistencia en el periodo que transcurre entre dos de sus grandes novelas, A este lado del paraíso (1920) y El gran Gatsby (1925), cuando trataba de labrarse una reputación en los círculos literarios estadounidenses.
Mi ciudad perdida es mucho más que una recopilación de ensayos circunstanciales. Es una fiesta de una de las inteligencias más despiertas y sensatas de una época que tuvo mucho de insensata, como la nuestra. Porque Fitzgerald fue, para quienes vinieron luego, más que un escritor, una época.

Por último, hay que recordar las ediciones de El gran Gastby de Paréntesis (traducción de José Luis Piquero, 182 páginas, 13 €) y de Anagrama (traducción de Justo Navarro, 197 páginas, 17,50 ), aparecidas ambas el año pasado. Así pues, gran variedad de buenas lecturas donde elegir.

lunes, 16 de enero de 2012

Mi planta de naranja lima




Esta es una novela sobre la TERNURA, así, con mayúsculas. A lo largo de sus páginas descubrimos las peripecias vitales de Zezé, un niño brasileño de cinco años, simpático, despierto y con pasión por aprender, que sueña con ser poeta y llevar corbata de lazo. Somos testigos de sus andanzas por el barrio carioca de Bangu en los años veinte, donde abunda la pobreza. Miembro de una familia muy numerosa, con el padre buscando trabajo y la madre obligada a trabajar durante gran parte del día en un telar, son los hermanos mayores los que se ocupan de los más pequeños, forzando así una madurez prematura. Inquieto y fantasioso, el pobre Zezé va de tunda en tunda, todo el mundo le regaña, y él va arrastrando su falta de cariño por las calles.
"-Totoca, ¿un niño es un jubilado?
-¿Cómo?
-El tío Edmundo no hace nada y gana dinero. No trabaja y en la alcaldía le pagan todos los meses.
-¿Y qué?
-Los niños no hacen nada, comen, duermen y reciben dinero de sus padres.
-Un jubilado es diferente, Zezé. Un jubilado es quien ya ha trabajado mucho, se ha quedado canoso y anda despacito…"

Cuando está triste, se refugia en su amigo imaginario Minguinho, el arbolito de naranja lima que da título a la novela, al que le cuenta todos sus secretos. Otras veces busca consuelo a los sinsabores diarios en el señor Ariovaldo, vendedor ambulante de cuadernillos con las canciones de moda, o en el Portugués, dueño del coche más bonito del barrio.

Sin embargo, la obra no destila tristeza, salvo en contadas ocasiones (“Sabía que en aquel momento ya no había niños allí. Todos eran mayores, mayores y tristes, y cenaban la misma tristeza en pedazos”), sino todo lo contrario. Es la emocionante aventura de un niño al que la vida hará adulto antes de tiempo. Tiene abundantes momentos luminosos, poéticos incluso, de una gran ternura -como cuando vuelca todo el cariño que a él le falta sobre su hermano pequeño Luís- pero nunca cae en la sensiblería. Zezé nos hace vivir con él, sentir con él, rememorar las mismas ilusiones de cuando éramos niños:
"De repente, Minguinho se convirtió en el caballo más bonito del mundo; el viento aumentó más y el herbazal, casi raso, del arroyo se transformó en una planicie inmensa y verdeante. Mi ropa de cowboy estaba repujada en oro. Relampagueaba en mi pecho la estrella de sheriff.
-Vamos, caballito, vamos. Corre, corre…"

José Mauro de Vasconcelos (1920-1984) sabía bien de lo que hablaba. De madre indígena y padre portugués (como Zezé), gran parte de la novela es el reflejo de sus recuerdos de infancia, que pasó en el mismo barrio de Río de Janeiro que retrata, aunque aún niño y obligado por la pobreza familiar tuvo que marcharse a vivir con sus tíos a Natal, al norte del país. Hombre polifacético: entrenador de boxeadores, bracero en una hacienda, pescador, camarero, actor y guionista, siempre se interesó por las condiciones de los más desfavorecidos (indios, garimpeiros, trabajadores de las haciendas). Todas estas experiencias quedarían reflejadas en buena parte de sus obras.




Mi planta de naranja lima se publicó en 1968. Enseguida conquistó a los lectores y a la crítica, con su estilo sencillo y su lirismo, convirtiéndose en un éxito de ventas en Brasil. José Mauro declaró: "Escribí la novela en doce días, pero estaba en mi interior desde hacía tiempo, desde hacía veinte años". Traducida a multitud de idiomas, fue la obra que le proporcionó fama internacional y es uno de los libros más leídos de la literatura brasileña contemporánea.

La novela tuvo su continuación en Vamos a calentar el sol, donde Zezé reaparece para contarnos las últimas aventuras de su niñez y su entrada en la adolescencia. Libros del Asteroide tiene intención de editarla en una nueva traducción, aunque todavía no hay una fecha definitiva. Creo que seremos muchos los que la esperemos con ilusión.

Mi planta de naranja lima, José Mauro de Vasconcelos
Traducción de Carlos Manzano
Libros del Asteroide, 2011, 208 páginas.

martes, 10 de enero de 2012

Correr




¿Cómo es posible que un joven checoslovaco al que le horroriza el deporte, en cualquiera de sus formas, llegue a convertirse en toda una leyenda del atletismo y en un auténtico héroe en su país? ¿Cuál es la clave para que ese muchacho sin estilo, que corre de una forma muy rara, sea capaz de pulverizar todos los récords de la época en pruebas de fondo y de ganar varios oros olímpicos, incluido el de la maratón de Helsinki, en 1952, una prueba que corría por primera vez?

A todo ello nos responde el francés Jean Echenoz (Orange, 1947) en su novela Correr, un repaso a los cuarenta años más importantes en la vida de Emil Zátopek, para muchos el mejor fondista de la historia del atletismo. Empezando por la ocupación alemana de Moravia, con el protagonista trabajando de aprendiz en una fábrica de calzado, Echenoz nos va mostrando las primeras tomas de contacto de Emil con las carreras, la competición y los primeros éxitos:


“Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre sus piernas… Emil, nada de todo eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte.”



Así, de la mano del narrador, vamos compartiendo con Emil su entrada en el ejército, sus proezas, los entrenamientos durísimos, sus ascensos en el escalafón y su pasión por Dana, oro olímpico en jabalina y fiel compañera durante el resto de su vida. También revivimos su utilización como símbolo e instrumento de propaganda por el régimen comunista checoslovaco, que no duda en convertirlo en un atleta de Estado, con estatuto especial y privilegios de todo tipo, aunque limitando sus traslados internacionales por miedo a una deserción, espiándolo y distorsionando sus declaraciones a la prensa.

Pero Emil, La Locomotora, afable héroe nacional, es un hombre de principios y durante la Primavera de Praga de 1968, con las tropas soviéticas invadiendo el país, no duda en posicionarse a favor del primer secretario checoslovaco Dubcek, que pretendía ofrecer una apertura política alejada del totalitarismo comunista hacia la libertad de prensa y el restablecimiento de derechos. Como resultado, caerá en desgracia y será objeto de numerosas degradaciones, que vale la pena conocer, pero que no desvelaré a los posibles lectores. Solo diré que ante cada nueva humillación, el pueblo le ovacionaba cada vez más fuerte (recomiendo en especial las últimas páginas de la novela: el absurdo y las situaciones surrealistas llevadas al máximo nivel…).




Aparte del interés intrínseco de la biografía de Zátopek, Echenoz logra darle al relato una gran agilidad, con frases cortas, precisas, que a veces se demoran en párrafos largos, más explicativos, logrando así imitar el ritmo irregular de Emil en las pistas, plagado de acelerones pero siempre fluido.

El libro resulta bastante entretenido y sus 140 páginas se leen muy rápido. Además queda clara en la novela la admiración del autor por el personaje que retrata. También destaco la ironía que deja traslucir Echenoz en cada capítulo, tanto a la hora de contarnos las anécdotas del corredor -ciertamente divertidas- como cuando nos muestra las mentiras del estalinismo, la manipulación de una figura pública por parte del poder o los entresijos de las competiciones.

Lo único que no me ha gustado es el final abrupto del libro, que nos deja con ganas de más, ya que el relato termina hacia 1975 con un Zátopek maduro, pero todavía joven de espíritu (moriría en 2000). Así nos perdemos la rehabilitación pública de su figura por parte del presidente Václav Havel en 1990 o el hecho de que sea el único atleta olímpico con una estatua en el Museo Olímpico de Lausana.

Correr, Jean Echenoz
Traducción de Javier Albiñana
Anagrama, 2010, 140 páginas.