Debo
confesar que empecé con bastantes ganas la lectura de este libro de relatos. No
conocía a Basara salvo por las buenas críticas que obtuvo en 2010 su obra Guía de Mongolia -también publicada por Minúscula-, pero me temo que en esta
ocasión he salido ampliamente trasquilado.
En
primer lugar, reconozco que el serbio Svetislav Basara (1953) escribe de
maravilla, con un estilo narrativo
potente y una precisión en el
lenguaje envidiable, pero es el tema machacón que subyace por este
entrelazado de veintidós relatos lo que ha hecho que, conforme avanzaba, el
libro se me haya ido cayendo de las manos. Y no es otro que el de la propia
identidad, de una especie de debate filosófico sobre el “yo”.
Ya
sean extranjeros, apátridas, misántropos (o incluso el protagonista de un
relato que critica a su escritor por el rumbo que le hace tomar a su pesar), la
galería de personajes que nos presenta Basara practica hasta la extenuación el monólogo interior. Se cuestionan
situaciones, dogmas o relaciones a lo largo de cada relato, para llegar en
muchas ocasiones a darse cuenta de lo vacías que están sus vidas.
Aparte
de este panorama, Basara introduce varias veces el tema de la “metaliteratura”: un guardameta cuelga
las botas para dedicarse a escribir, aparecen encendidos debates sobre el
proceso de creación de una obra, un relato resulta ser una reseña paranoica de
otro anterior, o bien escritores frenéticos llevan su afición hasta el extremo
(“Morí antes del amanecer, pero no dejé
de escribir”), sólo por poner unos ejemplos.
A
este cóctel metafísico-filosófico sobre el individuo y la sociedad (donde
aparecen hasta Kant o Hegel), trufado con dibujos a mano y fotografías en
blanco y negro, hay que añadir abundantes
toques surrealistas, juegos con el absurdo, un barniz irónico y un humor negro
de campeonato. El resultado final, para mí, es un cocido demasiado
ontológico y experimental.
Basara fotografiado por Tomislav Janjić
A
pesar de todo, hay varios relatos que me
han gustado y que recomiendo. Historia
de una caída es un ejemplo perfecto de cómo se puede “sacar petróleo” de
una simple foto antigua. También disfruté con esa especie de suicidio naíf en
masa que es Guateque fatal. Y del
cuento más largo, Perdido en el
supermercado, -cuyo protagonista recibe una reprimenda telefónica del
mismísimo Dios- rescato dos momentos estelares:
“Para que lo sepas, tengo muy mala opinión de tu prosa. En general me importa poco la prosa, pero de la tuya tengo una opinión excepcionalmente desfavorable porque está repleta de mentiras y cobardías.” (Pág. 130)
“Hace tiempo que me he dormido y no consigo parar de hablar. Sueño con tonterías, pero hablo de otras tonterías. No hay paz en mis sueños. No hay paz en general. La historia tiene que fluir. Él ha decidido escribir un relato de treinta páginas. […] Tengo que inventar. Todo lo que digo es puramente inventado. Pero los críticos, esas polillas tísicas, encontrarán de todos modos algo para sí. No debería ser tan severo con los críticos. Realmente no debería. Únicamente ellos se tomarán en serio mi tristeza, mi desolación, mi soledad.” (Pág.139)
Tendré
que darle otra oportunidad a Basara más adelante, pero de momento me quedo con
un producto de nuestra tierra, que también sorprende con textos absurdos, irónicos
y desbordantes de imaginación, pero con una pegada mucho más contundente que sí
consigue engancharte hasta el final del relato: Javier Tomeo.
Peking by Night, Svetislav Basara
Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek
Minúscula, 2012, 178 páginas, 16,50 €
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