viernes, 17 de febrero de 2012

Luchar por un sueño




La protagonista de esta novela, Florence Green, comete el gran pecado de abrir una pequeña librería -la primera del pueblo- en Hardborough, un minúsculo pueblecito de la costa este británica. Se trata de una viuda “pequeña de aspecto, delgada y huesuda, un poco insignificante vista desde delante y completamente insignificante por detrás”, pero que resulta ser un verdadero ejemplo de tenacidad. Tras comprar para tal fin un vetusto edificio que lleva años abandonado, húmedo y con fenómeno paranormal incluido (algo muy british), no tarda en toparse con la resistencia de buena parte del pueblo, que harán de su empeño una verdadera carrera de obstáculos. Corre el año 1959, y con el casi único apoyo de Christine, una ayudante de diez años algo resabiada, tendrá que hacer frente a toda una sutil operación de acoso y derribo. Pero cuando decide poner a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita de Nabokov, prohibida en Francia y Gran Bretaña sólo unos años atrás, la situación se desborda.

“-No creo que los hombres sean mejores jueces que las mujeres –dijo Florence-. Pero pasan mucho menos tiempo lamentándose de sus decisiones.
-He tenido tiempo de sobra para tomar la mía. Pero nunca he tenido problemas para llegar a una conclusión. Deje que le diga qué es lo que admiro del ser humano. Lo que más valoro es la virtud que comparten con los dioses y con los animales, y que, por tanto, no debería considerarse una virtud. Me refiero al coraje. Usted, señora Green, tiene esa cualidad en abundancia.”

Penelope Fitzgerald (1916-2000) vertió en la obra su propia experiencia como librera en Southwold, un pueblo costero en el mismo condado de Suffolk donde transcurre la historia. Esta amena escritora inglesa publicó su primera novela, The Golden Child, a los sesenta años. Se dice que la escribió para entretener a su marido enfermo de cáncer, que murió poco después. En los años siguientes publicó varias novelas con ciertas dosis autobiográficas, como La librería (1978), que la encumbraron a la altura de figuras como Iris Murdoch o A. S. Byatt.

En mi opinión, también comparte el fino sentido de la ironía de su coetánea Muriel Spark, aunque manejado de una forma algo menos vitriólica. En esta novela en concreto, da un buen repaso a la sociedad británica de la época, con una crítica mordaz a los convencionalismos estancados, a las redes de influencias y a la hipocresía de abogados, banqueros y cierta clase “alta” trasnochada. Como ejemplo ilustrativo, recomiendo el demoledor cruce de cartas entre Florence y su abogado, el señor Thornton (pág. 125 a 129).




Así mismo, destaca su maestría en la creación de personajes. Con las pinceladas precisas aparecen tipos sorprendentes como Raven o el señor Brundish, entrañables como el boy scout Wally, mezquinos como la intrigante Violet Gamart, indolentes como Milo North o patéticos como el General.

“Resumiendo, se había engañado a sí misma al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienden a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden. La fuerza de voluntad es inútil si no se va a algún lado. Y la suya estaba en unos niveles tan bajos que ya no era capaz de darle las instrucciones necesarias para poder sobrevivir.”

Es una lectura entretenida, aunque a veces pueda parecer un poco lenta, pero creo que es un efecto buscado adrede por Fitzgerald para recalcar el ambiente anodino de Hardborough, donde “uno no podía tomarse una ración de Fish and Chips, ni había tintorería, ni siquiera cine, excepto un sábado por la noche de cada dos”, y de buena parte de sus habitantes.

Por último, un guiño para los que lean la novela. Borges dijo una vez que siempre imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca. Está claro que no había nacido en Hardborough…

La librería, Penelope Fitzgerald
Traducción de Ana Bustelo
Impedimenta, 2010, 192 páginas, 18,40

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